Colombine, asombra.

Colombine, asombra.

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ImageColombine asombra. Asombra como mujer, asombra por su libertad, asombra por sus ideas, asombra por su versatilidad y por una capacidad de trabajo prolífica, tanto, que me río de las quejas que lanzamos las periodistas, ahora, con eso de compatibilizar la vida familiar y la laboral.

En un mundo mucho más complicado que el nuestro, Carmen de Burgos demuestra una clarividencia proverbial. Algo así como cuando uno relee a Larra, al que por cierto redescubrió con una magnífica biografía, y se da cuenta de que los dardos de Fígaro, hoy, también darían en el centro de la diana.

Me duele el olvido al que fue sometida, esa larga censura de décadas que colocó en el ostracismo a una periodista de raza, una escritora valiosa, de prosa firme, de ideales. En un país gris y oscuro, durante cuarenta años, nos arrebataron la luz de Carmen de Burgos. Como ocurrió con tantas otras mujeres que quedaron sepultadas, como con una losa, por la historia. Lo mismo ocurre por ejemplo, con otra almeriense, Jesusa Granda, y que, formó parte de la primera junta directiva de la asociación de la prensa de Madrid, en 1895. De ella poco sabemos: que nació en algún rincón de Níjar, que era maestra, y que se dedicaba a temas educativos y obituarios en El Globo.

Pero vamos a ponernos en situación. Acaba de comenzar el siglo pasado y Carmen de Burgos, después de perder a tres hijos y aguantar a un marido mediocre, mujeriego y algo sátrapa, cambia de rumbo. Como haría tantas veces. Se saca el título de maestra y, con su hija bajo el brazo, se embarca en la aventura de dejar su Almería y su Rodalquilar rumbo a Madrid y a una meta; la independencia en todos los sentidos. La primera, de su marido, en un momento, en un país, en el que la palabra divorcio ni se soñaba.

Es 1901, y en 1903, después de publicar poemarios y colaboraciones en EL Globo y la Correspondencia, un hombre cabal, un buen director y supongo que también periodista de raza, Augusto Suárez de Figueroa, la ficha, la convierte en la primera redactora de un periódico, con columna fija. Ha nacido Colombine, el seudónimo que el mismo la otorga en recuerdo del personaje de la Comedia dell Arte.

Carmen de Burgos.

Carmen de Burgos.

Digo que asombra por su capacidad y también por la defensa de sus ideas. Por ejemplo, del divorcio, contra la pena de muerte, o la compasión por los prisioneros de guerra, incluso los alemanes en la primera Guerra Mundial, después de haber pasado no pocas penurias, precisamente por culpa del ejército alemán, en un viaje por el Norte de Europa con el que pretendía llegar a Rusia.

No retengo una exclamación dolorosa, y siento el alma invadida de una gran piedad; compadezco la suerte de los vencidos, sin que influya para nada la nacionalidad, y noto como un sentimiento de hostilidad en el que no me fijo.

Asombran sus viajes, recorriendo medio mundo y su visión del mundo, su defensa de la modernidad que vislumbraba en países más avanzados que el nuestro, pero siempre bajo una lupa crítica y sin prejuicios.

Fue preconizora de muchas cosas. Del divorcio, ya digo, que en 1904 le costó no pocos sin sabores y peleas contra los editores y redactores del Siglo Futuro. De la igualdad de derechos de la mujer, empezando por el voto femenino y acabando por la educación, peleándose si hace falta con la Escuela Normal y con medio ministerio, aunque le cueste el exilio en Toledo, y pasando por la emancipación, para dejar de ser ciudadanas de segunda. Fomentando y creando la Liga de Mujeres, luchando por una hermandad internacional, sacando a la luz, poniendo en valor, eso que tanto se dice hoy, a otras mujeres escritoras, científicas, periodistas, actrices En apasionados ensayos, en reportajes, en entrevistas, o en artículos sobre moda y costumbres como los que escribió después, supongo que para sobrevivir, en Nuevo Mundo 1911.

Dos años antes, en 1909, poniéndose otra vez el mundo y al Heraldo, su periódico, por montera, se convierte, arrastrada por su curiosidad insaciable, en la primera corresponsal de guerra. Estamos en Guerra con Marruecos y ha habido matanza terrible en el Barranco del Lobo, y en Barcelona estalla la Semana Trágica. Se va a Málaga y, acompañada por su fiel hermana Catalina, lucha contra la censura impuesta a la prensa, se traslada a Almería y, desde aquí, a Melilla, para contar los problemas que había de escasez de agua, de paso para saltarse la censura y ver de cerca el campo de batalla. Se imaginan una mujer con sus trajes largos, sus enaguas, sus sombreros, en mitad de los campamentos. Pero los tules ocultaban una periodista de raza y una intelectual de altura:

Una multitud de consideraciones filosóficas, inciertas, vagas y tumultuosas invade mi espíritu. Pienso que elemento tan poderoso podía ser la mujer tomando parte, como lo han hecho las francesas, en la obra de la civilización de los pueblos, mientras que para despedirme de las nuevas amigas africanas agito en el aire mi pañuelo blanco.

Describe, claro, los heridos, las amputaciones, el trabajo de los doctores en condiciones precarias, la desolación de los soldados.

Vuelve Colombine a la batalla, precisamente contra la guerra, como también defendería Guerra a la Guerra.

Yo he visto la guerra. He presenciado la tristeza de la lucha, he contemplado el dolor de las heridas en las frías salas de los hospitales, y he visto los muertos en el campo de batalla. Pero más que todo esto, me ha horrorizado la crueldad que la guerra descuera, cómo remueve el fango en nuestras almas, cómo nos habitúa con el sufrir ajeno hasta casi la indiferencia y cobre todo, Cómo penetra el odio en los corazones Sí, con la barbarie de la guerra, surgen los atavistmos bestiales borrados en nuestra selección.

Por eso, el mundo civilizado pone el fusil en la mano del hombre, le da orden de matar, y si el hombre arroja el arma y rehusa ser el homicida, se le trata como delincuente. Todo hombre debe, ante todo, y cueste lo que cueste, negarse a tal servidumbre.

Colombine luchó, defendió por ejemplo un amor arrebatado, libérrimo y compañero con Ramón Gómez de la Serna, que después de veinte años tan duramente acabó para Carmen por ese tumultuoso y corto romance entre Ramón y su propia hija, a la que luego acogió, cuidó y arropó en su neurosis; tuvo que enfrentarse al conservardurismo durante la etapa Maura, pero también conoció el reconocimiento nacional e internacional. De escritores contemporáneos de la talla de Pérez Galdós o Emilia Pardo Bazán, de los propios almerienses en 1913, cuando la reciben en loor de multitudes a su vuelta de Argentina, y que ella misma reconocía en el Círculo Mercantil:

Para mí han sido estos momentos de los más dulces de mi vida. Me faltaba para alentarme en la lucha la aprobación de mi Almería. Cuando con bondad superior a mis méritos recibía aplausos de España y del extranjero, pensaba con dolor en mi tierra nativa y en la copla popular: Para todos fuiste madre y madrastra para mí.

Reconocimientos pero siempre detrás la sombra de la crítica por sus ideas feministas, esa palabra que al principio no aceptaba y que luego defendió incluso por las calles de Madrid, como en 1921, cuando encabeza por la Carrera de San Jerónimo un recorrido reclamando al Congreso la igualdad total de derechos políticos, el ser elegida y elegible, o reconociendo iguales ante la Ley hijos legítimos e ilegítimos Derechos que hemos conseguido asentar hace relativamente pocos años y que, afortunadamente, Colombine si vio emerger a la luz de la Segunda República, esa revolución legal que tan trágicamente arrebataron después.

La república le trajo a Carmen de Burgos energías renovadas, aunque efímeras por culpa de su maltrecho corazón. Pero al menos, vio logrado el voto femenino, aun a pesar de la oposición de radicales feministas como Victoria Kent, y recobradas esperanzas de un mejor futuro para las mujeres, incluida la abolición de la pena de muerte, que también pidió al ministro de Justicia Fernando de los Ríos.

Colombine, no podía ser de otra manera, murió con las botas puestas, en una mesa redonda del Círculo Radical Socialista, en la que se hablaba de educación sexual Vio nacer sus esperanzas, pero no vio al menos morir sus ideales en la contienda civil, ni tampoco censurada, al completo, su obra. Hoy es nuestro deber rescatarla para siempre del olvido.

En nuestra Asociación, ahora, nos proponemos hacerlo mediante un premio periodístico nacional que lleva su nombre y que cuenta ya con el patrocinio importante, importantisimo de Unicaja. Un grano de arena para recuperar una figura que debe enorgullecernos a los periodistas y a todos los almerienses.

Artículo de la presidenta de la Asociación de la Prensa de Almería, Covadonga Purrúa, en el curso de verano de la Universidad de Almería sobre Carmen de Burgos.  

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