Te nos ha ido, querida Pilar Quirosa, cuando más te necesitábamos. De tu coraje habíamos aprendido a afrontar los desafíos de la vida con esperanza y entereza. Nos hemos quedado huérfanos de tu sonrisa, de tus palabras, de la gravedad y la ligereza que ponías en el tono de tus lecturas poéticas, donde asomaba el ángel que velaba por ti, el guardián que perfilaba la siempre sorprendida mirada con que nos regalabas. De tu entusiasmo sabíamos, de tu laboriosa entrega a las causas más nobles y solidarias de la literatura, de tu fraterna generosidad para con todos, de tu bonhomía… Te has ido, querida Pilar Quirosa, con los pájaros que emigran en los cielos de enero para posarte en las ramas más altas del cedro que te acerca a las nubes, allá en el alto cielo. Nos dejas aquí el desconsuelo de saberte en el aire y saberte tan nuestra, hermana del mar de Almería y del sonido de sus olas batientes: tus pies descalzos que han sembrado las huellas de tus pies difuntos sobre las arenas mediterráneas de estas playas en las que tanto navegaron tus ojos, dulce niña, Pilar amada. Ve que arrojamos pétalos de rosa sobre las aguas dormidas de tus ojos, flores perfumadas para tus manos de seda, bermejos claveles que ondulan en tus pupilas que duermen en paz ahora. Ajena a los dolores, liberada de ellos, tu larga caballera de níveos copos ondea al viento de Almería, dando vuelcos y vuelos sin medida. Tras de tus anteojos nos sigues mirando con amor, sabedora de que la vida es un tránsito, un pasar apenas sin tiempo siquiera a detenerse para tomar aliento y seguir la marcha hacia ninguna parte. Nos reconforta saber que ya no sufres, que no tienes miedo al dolor ni a la muerte misma, que recitas poemas junto al coro de ángeles que te aúpan y te llevan en andas hacia la puerta grande, como tú merecías, niña que no has dejado de crecerte y crecernos, leve y libre, libre y ligera en un soplo del alma. Hace frío en las tardes de este enero sin lluvias y son largas las noches cuando nos falta alguien que como tú tenía querencias de albahaca, siempre florida y musical en tus vestidos de sirena varada.
Querida Pilar, te llevas contigo la luz y el calor que recogiste en cuantas iniciativas culturales emprendías porque amabas esta tierra que nos acoge con la alegría y la esperanza de la madre que lleva el fruto cierto en sus entrañas. Eras como las uvas de Almería, doradas al sol que nos da calor y nos alumbra. Apelo ahora a tu dulzura, mientras los ángeles te llevan en volandas. Y te regreso para beber juntos el mosto de granadas, para rumiar silencios que alienta el desconsuelo, para entonar proclamas bajo el armonioso sonido de las cítaras que tañen alados niños que juegan en las plazas, ajenos e ignorantes de la suerte que hemos de correr los de la condición humana. Recoge la pureza de estas lágrimas, querida Pilar, y déjanos atesorar tu memoria en nuestro descorazonado corazón ajado. Tú, que quisiste desarrollar una labor de entrega generosa, tan altruista y desinteresada, déjanos al amparo de tu ejemplo, de tu coraje de vivir y de tu lucha, de tu acertada inspiración bajo el cielo más claro de Almería.
El Instituto de Estudios Almerienses, al que tantos afanes entregaste porque creías en un futuro de paz y de progreso para esta tierra luminosa y frágil, te recuerda agradecido en mis palabras y honra a través de ellas tu memoria. Es él quien me brinda la oportunidad de perseguir tu vuelo. Gracias por el ejemplo que nos dejas. Gracias de parte de todos los almerienses y, en especial, de las gentes que trabajan por recuperar las señas de identidad de nuestra tierra. Pilar Quirosa-Cheyrouze: escribimos tu nombre con letras de molde sobre las arenas doradas de todas las playas de Almería. Ve en paz, muchacha que sonríes y nos miras, sorprendida, desde el azul del cielo en donde moras.
José Antonio Sáez Fernández. Escritor