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Ismael Diadié narra en la UAL los estragos de la guerra de Mali para la cultura

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El último descendiente de la familia Kati, Ismael Diadié, garante de los miles de manuscritos que atesora este fondo, ofreció ayer una conferencia en la que habló de la situación por la que atraviesa su país, Malí, y el futuro que tiene por delante uno de los países más pobres del continente africano –a pesar de ser tremendamente rico en recursos naturales- tras la intervención francesa el pasado enero para frenar el avance de las tropas yihadistas. Diadié estuvo en Almería de la mano de la Universidad de Almería y el CEMyRI (Centro de Estudio de las Migraciones y de las Relaciones Interculturales). La presentación de su charla corrió a cargo de Antonio Llaguno, vicepresidente del Fondo Kati. Ismael Diaidé y su padre consiguieron reagrupar en los años 80 los manuscritos que guardaba su familia y que se habían dispersado a mediados del siglo XIX. Hoy, estos manuscritos, que encierran episodios desconocidos de nuestra historia, vuelven a estar repartidos entre Mauritania, Marruecos o Argelia por el peligro real de que todo este riquísimo fondo bibliográfico -12.714 manuscritos, considerados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO- cayera en manos de los milicianos de Al Qaeda del Sahel y ser destruidos. Ayer, Diadié se quejó del escaso apoyo internacional que había tenido para sacar el Fondo Kati de Tombuctú, la legendaria ciudad maliense sede de esta biblioteca. “En momentos como los que se han vivido recientemente en mi país, yo me he encontrado con tres hijos y más de 12.000 manuscritos en los brazos y sin ningún tipo de ayuda”, señaló.

La historia del Fondo Kati

A pocos años de la toma de Granada, en 1468, la biblioteca Kati viajó con su propietario, Ali Ben Ziyad, un godo converso al Islam expulsado de Al-Andalus tras la reconquista de Toledo a la ciudad legendaria de Tombuctú, situada en los confines del desierto del Sahara, en el punto más alto de la curva del río Níger. El Imperio de los Songhai gobernaba esa parte del mundo. Su hijo, Mahmud Kati, se casó con la sobrina del Askia, el rey, y, de ese modo, aquellos andalusíes exhaustos de exilio, llamados entonces, y todavía hoy, los “laluyyi” (“los renegados”), por considerar que su sangre estuvo mezclada en algún momento con cristianos godos o judíos, encontraron firme cobijo al emparentar con la nobleza del imperio.

La tradición oral de la familia, tan implantada en las comunidades tribales africanas, permitió que el fondo de Mahmud Kati, aunque disperso, no saliera jamás a la luz pública. Fue el padre de Ismail, Yayé Diadié, anterior patriarca familiar, el que, consciente del peligro de deterioro y pérdida irremisible de los libros, decidió a finales de los años 60 poner fin al “exilio” suplementario que, añadido al de la familia expulsada siglos atrás, padecían los libros desde inicios del XIX.

Ahora, la presencia yihadista ha vuelto a poner en riesgo el Fondo Kati en un país, Malí, que siempre ha sido, según apuntó Diadié, “tierra de diálogo de civilizaciones”. “Gente que destruye iglesias, que corta pies y manos, habla un lenguaje que no puedo entender. Es muy difícil para nosotros”, señaló.

Diadié explicó que había tenido que sacar el Fondo Kati (el viaje con los manuscritos se emprendió de noche, a bordo de una piragua por el río Níger) ante el temor de que los libros pudieran ser quemados. “La humanidad no está hecha para hablar un solo lenguaje, una única lengua. Quien destruye y quema libros no puede admitir que haya otras verdades en los libros que no sea la suya. Ha ocurrido con el cristianismo, con el islamismo y, posiblemente, con el judaísmo también. La locura no entiende de límites”, relató.

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