‘Gastronomía Universitaria’

‘Gastronomía Universitaria’

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ImageLos fogones queman. ¡Vaya que si queman! Prueben a poner una mano, a ser posible la menos utilizada, sobre un fogón encendido. Seguramente vociferarán algún insulto y agitarán la mano buscando un grifo de agua fría que alivie el dolor. Pero también queman de otra forma. Este verano, por ejemplo, pudimos ver las disputas entre varios sectores de la alta cocina: quienes utilizan la química (todos hemos visto usar el nitrógeno líquido) y quienes la censuran. No voy a entrar en discusiones metódico-culinarias ni en cocina reconstruida (parece que hasta los cocineros leen a Derrida). Al fin y al cabo, el pastel se (re)parte de la misma forma y con la misma mano. De lo que sí voy a hablar es de la gastronomía universitaria, de los fogones en las Facultades.

 

¿Qué es lo que comemos los estudiantes? Permítanme escribir una larga y aguda cita de Michel Onfray (La comunidad filosófica, Gedisa, 2008, p. 58): “No hay nada sino el simple y llano reciclaje de discursos ideológicamente formateados, políticamente interesados e intelectualmente desgrasados. El primero que habla podría escuchar el eco de su voz uno o varios siglos después de haber pronunciado su discurso. Cada uno de estos instrumentos de perpetuación ideológica constituye una oportunidad de reiterar errores y de inmortalizar aproximaciones, ya que un error mil veces repetido termina por crear una verdad mucho antes del milésimo hechizo”. En pocas palabras: somos rumiantes. Nos alimentan, en muchas ocasiones, con una comida caduca, viciada, ya masticada y digerida. Los manuales universitarios se crean y recrean a través de la técnica del copy and paste: copie, robe y sazone con explotación los manuales al uso y tendrá una delicatessen al dente. Coste de la cena: 80€. ¿Cómo esperar una visión inédita? A fin de cuentas la vida de la vaca es repetitiva, no necesita nada más. Ésta es la práctica en la Universidad. ¿Para qué arriesgarse con cosas nuevas que puedan quemarnos las manos? Es mejor mantener los fogones apagados, cerrar la puerta de la cocina y hacer creer al cliente (irónica representación del estudiante mercantilizado) que lo que degusta es la última moda.

Pero como dije al principio, los fogones también queman de otra forma. Hablemos de los jefes de cocina. De nuevo volvamos a Onfray: se ha creado una máquina que impide “cualquier epistemología innovadora de la disciplina y que sólo aspira a la reproducción del sistema sin cambiar nada” (La comunidad filosófica, p. 66). La lucha entre los distintos cocineros es ficticia, pues el pastel, como ya dije, es cortado por una misma mano y se reparte como ya antes había sido devorado. La elaboración de los nuevos planes de estudio, de las nuevas cartas gastronómicas para el restaurante del Espacio Europeo de Educación Superior, va a ser más de lo mismo: reproducción del sistema, con fogones apagados. Eso sí, los comensales y los camareros somos los propios estudiantes. ¿Para qué molestarse siquiera en servir la comida si ellos mismos (los estudiantes) pueden hacerlo? Si durante el trayecto se les cae la bandeja podrán decir que la culpa es del estudiante que no quiere estudiar y que prefiere drogas y vaguedad.

Frente a este restaurante de comida rápida en que se está convirtiendo la Universidad, debemos decir “no” pues, como bien apuntaba Pablo Castillo en un artículo publicado en esta misma revista en octubre de 2008, “la sociedad nos necesita más que nunca, porque somos el motor que la ha de mover”. De lo contrario, a la postre, sólo quedará un cadáver universitario que, parafraseando a Onfray, se disputarán los sepultureros de la disciplina. 

 

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