Ginés Valera analiza la evolución urbana de la ciudad de Almería en el siglo XIX, en este artículo que sirve para entender la configuración actual de la ciudad.
Almería experimentó en el siglo XIX un gran desarrollo urbano gracias al crecimiento económico generado por la minería y los cultivos uveros. Superada la Almería medieval (heredara de la musulmana) y conventual, aparece una nueva clase burguesa emergente que consolidará modelo de ciudad liberal a partir de la desamortización de huertas de las órdenes religiosas de Franciscanos, Dominicos y Trinitarios y del derribo de las murallas encorsetadoras, con trama ortogonal en la reforma interior y en los ensanches de las atarazanas y terrenos liberados, gran bulevar arbolado, glorietas organizadoras y jerarquizadoras de espacio, edificios representativos de estética historicista y públicos de uso cultural. La apacible ciudad mediterránea homogénea y equilibrada horizontaneaba con sus terraos tan solo interrumpidos por la verticalidad de campanarios de Iglesias y Conventos y la torre de los perdigones. Ya han sido punta de lanza Alfonso Ruiz, Emilio Ángel Villanueva, Silvestre Martínez y Juan José Tonda con sus sesudas investigaciones sobre el tema.
Con la industrialización de los 60, el proceso liberalizador aperturista del franquismo produjo un aumento sustancial de la renta familiar y de exigencia de servicios en España, dando lugar a lo que se denominaría «desarrollismo». Pero al paralizarse la gestión de suelo urbanizable en lo que debieran ser la zona de expansión natural a levante con la consiguiente falta de cesiones gratuitas al Ayuntamiento de zonas verdes y suelo para dotaciones y equipamientos sociales y ante una inexistente conciencia y normativa y Ordenanzas proteccionistas, la perentoria necesidad de vivienda por el aumento de la población precipitó que los especuladores se ensañaran con la ciudad heredada y preexitente, destruyendo irreparablemente el patrimonio arquitectónico de casas burguesas y viviendas obreras, devastándolo y sustituyéndolo por bloques de pisos de dudosa estética y materiales pobres con altísima densidad edificatoria.
Sirva de ejemplo decir lo que ya alertó el prestigioso urbanista Gerardo Roger: mientras que en la década de los 50 se construyeron 4.593 viviendas, del 60 al 70 se levantaron 17.361 unidades. Según el censo del 1950, el 70% de los edificios (10.200) son anteriores al año 1900 y en 1980 tan solo sobrevive 2000 edificios anteriores al año 1900.
En los años 60 a 70, la actividad edificatoria se circunscribe de manera casi exclusiva sobre la ciudad consolidada, actuando por sustitución en vez de lo razonable que hubiera sido la conservación y rehabilitación, o los remontes como mal menor. Se llegó a una altísima densificación del casco histórico al pasar de una o dos plantas o como máximo tres que tenía la ciudad histórica, a ocho ó diez alturas. Almería estuvo así sometida a una brutal presión inmobiliaria con objeto de aprovechar las infraestructuras existentes (mucho más económico) pero con las graves consecuencias de congestión, desaparición del patrimonio y agravamiento de los déficits dotacionales.
La consecuencia no puede ser más nefasta: estamos ante una ciudad histórica en parte irrecuperable, rota, sin identidad ni memoria, degradada, desfigurada y desdentada de forma intensa en el Paseo con impactantes medianeras. Se impone recuperar en lo posible el patrimonio urbano que defina la personalidad urbana, adecuando edificabilidades y uso residencial y terciario a los aprovechamientos históricos y a la capacidad de las infraestructuras y tramas viarias existentes.
Autor: Ginés Valera.