Hace ya tiempo que veníamos pensando desde el grupo deinvestigación ABDERA en la necesidad de reflexionar sobre un tema que se hahecho en la actualidad “demasiado cotidiano”, la violencia contra las Mujeres.Ahora bien, queríamos hacerlo desde un lugar distinto y partiendo de una miradadiferente. Fundamentalmente porque sabemos que para muchas mujeres no dejaránunca de producirnos cierto estupor y hasta náuseas el ejercicio de éste tipode práctica política, nunca justificable.
La violencia contra las Mujeres supone, a nuestro juicio, una situación donde la existencia de una distancia y disimetría entre los sujetos sexuales va en detrimento y genera un socavo a corto y/o largo plazo sólo y exclusivamente para las mujeres. De ahí que podamos decir que la violencia contra las Mujeres es la violencia ejercida contra la mitad de la humanidad, un auténtico femicídio.
En general, la práctica de la violencia contra las Mujeres ya no es un tema eludido por molesto: sería algo políticamente incorrecto y socialmente reprobable. Sin embargo, puede ser abordado desde diferentes políticas. Esta circunstancia significa que en ocasiones se reflexiona sobre el tema desde el pensamiento patriarcal dominante o desde los denominados feminismos de estado. Y en otras, desde posturas tildadas como radicales en los círculos anteriores (como la concepción materialista de la Historia y otras posiciones críticas). Aportaciones éstas que lamentablemente, en ocasiones, llegan incluso a ser censuradas por quienes detentan el poder para hacerlo.
Una cuestión fundamental (no de forma, sino de fondo) es la necesidad de hablar de violencia contra las Mujeres, o en todo caso, y como cada vez es de uso más frecuente, de “violencia machista”, o sea de violencia patriarcal, pero no de “violencia de género” pues oculta la evidencia principal, la existencia de un sujeto masculino agresor. La razón se nos hace más obvia si pensamos que en la denominada “violencia de género” son los hombres quienes la ejercen y las mujeres quienes la padecemos.
Un tema en el que queremos incidir de manera especial es que, como historiadoras y arqueólogas, sabemos que no podemos afirmar que la práctica de la violencia contra las Mujeres exista desde los orígenes de la humanidad, aunque insistentemente se nos halla transmitido la idea contraria. Entre los primeros grupos de homínidos/as no contamos con evidencias materiales en esa dirección y en el 99% de la historia humana (la llamada “Prehistoria” por carecer de documentos escritos) aún falta casi todo por investigar, si bien las situaciones parecen ser muy diversas.
Con ello queremos insistir en el carácter históricamente determinado de la violencia contra las Mujeres, desechando valoraciones y presupuestos de carácter universalista y presentista, que lo único que pretenden es reforzar, o al menos justificar, la presencia de esta práctica política hoy. De esta forma se fomenta la idea conservadora de que si las cosas son así desde los orígenes de la humanidad será lo natural.
Contrariamente sabemos que cuando el Patriarcado está legitimado es cuando la práctica política de la violencia contra las mujeres aparece, no antes. Y también sabemos que en la actualidad, en algunos estados, se encuentra legalizada e instaurada como castigo.
Por lo tanto, tendríamos que transmitir la idea de que la violencia contra las Mujeres no es un hecho natural ni universal sino que es el resultado de la política y de la ideología patriarcal dominante. De igual forma sabemos que no es un asunto estrictamente individual, puesto que incumbe a mujeres que han vivido y viven en tiempos, lugares y ámbitos sociales muy diferentes. Además, no es igual la violencia para quien la ejerce que para quien la padece, aunque lo que es obvio es que la violencia se ejerce y se padece socialmente. Por lo tanto, la violencia contra las Mujeres tiene unos usos históricos específicos y una organización y unos métodos definidos socialmente (por la ley, la norma o la costumbre), que habrá siempre que tratar de precisar. Una violencia construida en función de poseer un cuerpo sexuado.
También compartimos la idea manifestada por otros colectivos de mujeres en cuanto a la urgente necesidad de definir la violencia contra las Mujeres desde una perspectiva feminista y no desde una mirada que no nos pertenece. Una práctica que tiene que ser reconocida, más allá de las opiniones, de las creencias y de las sensaciones de quienes asisten a las acciones violentas o de las justificaciones esgrimidas por quienes las ejercen. Una propuesta donde no tengan cabida los discursos que se debaten entre la perversión de contemplar esta práctica como algo consentido o incluso deseado por las propias mujeres, ya que en casos extremos se llega a culpabilizar a las propias mujeres de las violencias sufridas y padecidas. Ante este tipo de discursos no cabe el entendimiento, ni la prudencia, ni siquiera la indignación nos parece suficiente.
En este sentido, creemos que en la actualidad existe una manipulación de lo que debe entenderse por violencia contra las Mujeres como ocurre al dejar de lado la violencia implicada en la explotación y apropiación sin contrapartidas que se hace del trabajo femenino a escala mundial. Con ello queremos señalar la existencia de perversas formas de violencia contra las Mujeres no reconocibles en prácticas como: la agresión y acoso sexual, la prostitución forzada, la práctica de la violación en conflictos armados y los distintos tipos de tortura física en función de poseer un cuerpo exclusivamente femenino, o el castigo infringido a muchas mujeres en nombre de las tradiciones, de las idiosincrasias culturales, de la religión o del “honor”.
En definitiva estamos ante un tema difícil de abordar, pero sobre el que es necesario reflexionar, y ésta fue la razón de organizar el ciclo de conferencias: La Violencia contra las Mujeres: pasado y presente. Experiencias para un cambio. En esta ocasión decidimos abrir las puertas de la Universidad, donde debemos esperar encontrar un lugar para el conocimiento, salir de ella, tomar contacto con la realidad y acercarnos a algunos colectivos de mujeres que en la actualidad son víctimas de esta práctica. Creemos que solamente de esta manera los discursos de buena voluntad y de “transitoria empatía”, que a veces generamos entre pasillos de cara "al mundo real", podrán llegar a ser efectivos en alguna dirección, y no sólo para calmar nuestras propias conciencias.