Por segundo año consecutivo se dieron cita un grupo de cómicos para despedir el año con sus monólogos los pasados 29 y 30 en el Teatro Apolo, y todo apunta a que se va a convertir en una tradición que perdurará durante muchísimo tiempo, a tenor de la acogida del público. En dos días se agotaron las entradas. Doble función por día. Es más hubo muchísima gente se quedó con las ganas de poder disfrutar de estos monstruos de la comedia, ya que todas las funciones llenaron el Teatro.
La primera noche el cartel era de lujo. Dos caras muy televisivas; David Navarro e Iñaki Urrutia. Humor de guante blanco. Iñaki es pura elegancia, un cómico con mucha presencia. Chistes fluidos, elegantes por no hablar de su acting. Un magnífico comunicador. Impagable su parodia del saludo de Raphael.
David Navarro, que fue compañero de Iñaki en Smonka, a pico y pala, realizó una auténtica exhibición de estilo. Cómico inconfundible. David es David, y no hay nadie que se le parezca. Su cercanía, su capacidad de improvisación. Sirva como ejemplo el momento en el que se puso a contar cómo fueron sus inicios en Madrid, o cómo conoció a su novia. Daba la sensación de que estaba todo escrito. Sus chistes son dardos que siempre dan en la diana. Ni una sola frase gratuita.
Pero lo mejor de David es su personaje, lo más difícil para un cómico; encontrar su propio payaso, dar con una actitud auténtica en el escenario. David lo ha conseguido, el público lo percibe inmediatamente. Bastan un par de palabras para tener al público rendido a sus pies.
Y junto a ellos, la última gran revelación de la comedia local; Alvarito, el nuevo enfant terrible almeriense. Lo de este chico es alucinante. Todavía no ha salido en la tele, aún no ha debutado en Paramount y ya está a un nivel alcanzable por muy pocos cómicos. Contundente, rápido, por momentos uno tiene la sensación de estar viendo a un cómico americano. Y sólo hace dos años que empezó. Habrá que seguirle la pista al joven del Quemadero. Talento y personalidad tiene. Sólo necesita que en el resto del país sepan que existe, y en Paramount ya se han interesado en él.
La segunda noche el cartel fue íntegramente almeriense; Kikín, Pepe Céspedes y Paco Calavera. Kikín es el cómico más veterano de la tierra. Regresaba al teatro Apolo dieciocho años después de estrenar junto a Fernando Labordeta su primera comedia Adagio para una sorda. El por aquel entonces gamberro universitario ahora es un señor, igual de gamberro. Hay que verle con su imagen de actor británico hablando de las pérdidas de orina o de la sexualidad a los cuarenta; “te haces mayor cuando en vez de llevar un condón en la cartera llevas un espidifén», soltó por su b boca.
El siguiente en salir a escena fue Paco Calavera, un cómico brutalmente sincero. No tiene reparos en hablar de su vida sentimental o sus tendencias políticas. Trata al público de tú a tú. Ver a Paco actuar es como cenar con un amigo que te cuenta sus problemas arrancándote siempre una carcajada. Está que se sale, y se le notan las tablas. Descacharrante su GPS para ligar, o la lección de inglés pornográfico.
Cerró la noche Pepe Céspedes, de sobra conocido por cualquier alma de esta ciudad. Es un Cómico, con mayúsculas. No es de extrañar que le persiga toda una legión de admiradores. Un tío capaz de hacerte llorar de risa en sólo dos minutos, sirva como ejemplo; «no hay nada peor que acostarte con alguien borracho y descubrir al día siguiente que es un orco. La ves y piensas; «¿cómo puedes ser tan gallopedro? Si esto lo llevo yo al chiringuito del Alquián y lo vendo por mil euros». O los men in black de Almería, o cómo conecta con el público. Un genio al que no se le escapa nada. En definitiva, dos noches memorables.