Los árboles tienen sentimientos personales, tanto de forma individual como colectiva; sufren y ríen, tienen dolor y lágrimas, muchos recelos ante el ser humano, y mantienen la solidaridad con el sentir de la tierra hasta consolidar una vida que permanece libre por el interior del bosque finlandés. Hay un mundo de sensaciones para descubrir que está presente en la exposición “El bosque dorado”, en el Centro Andaluz de la Fotografía, en Almería, de las fotógrafas finlandesas Ritva Kovalainen y Sanni Seppo (hasta el 2 de marzo de 2014). La exposición está organizada en tres apartados: “La isla de los espíritus”, “Suave se mece el pino del bosque” y “Procedimientos de silvicultura”; y proyecta dos documentales: “Voces del bosque” y “El final del arco iris”.
La exposición “El bosque dorado” muestra que el paso del tiempo, con las estaciones, establece una medida muy particular, entre supervivencias, familias, soledad, dramas, acosos y legítima defensa. En el sentir del bosque permanece sobre todo el sentido colectivo, de miles y miles y miles de árboles, plantas, arbustos, animales refugiados en la tierra, insectos, aves que sobrevuelan y la presencia de seres humanos. Hay algo que destaca, de todas maneras, en las fotografías y que sorprende: el sentido de la mirada profunda, directa, interna del árbol hacia la cámara fotográfica que observa. El encuadre es decisivo. El gran tronco, viejo, repleto de arrugas, esbelto, de pie, orgulloso, o derribado, agónico o cadáver, muestra su resistencia, su sentido de la vida que esconde. Una mirada que abarca toda la dimensión vital, para intentar un acercamiento, un encuentro de lenguajes y palabras de la naturaleza del boque con el ojo fotográfico. Cada árbol, en cualquier condición y actitud, es único, igual que hacer el retrato de un ser humano, imaginen. Es lo mismo. Permanece, profundamente, el sentir religioso-natural, un simbolismo de la identidad que envuelve la dimensión espiritual del bosque. Está la música, emergente, transparente, que escapa de las hojas con el aire. Surge la luz, en colores que cambian, en blanco y negro, en gris, con el recorrido de las nubes. Comparece el agua, las gotas sobre el agua y sus cantos geométricos. Y está el silencio del bosque. Impresionante silencio que habla.
La exposición es una de las mejores propuestas ecológicas y artísticas que ha presentado el CAF en los últimos años y debe ser de visita obligada para alumnos de cualquier nivel de enseñanza. No ofrece estrictamente una visión idílica de la naturaleza del boque finlandés, sino el rasgo vital, armonioso, trágico, de la lenta destrucción y de su resurrección. Desde luego, “El bosque dorado” tiene para varios días de recorrido.
Música de la imagen
El documental “Voces del bosque”, que se proyecta en la sala de abajo, lleva al espectador por este mundo a través de la música de Sanna Salmenkallio, que interpreta la Orquesta de Cámara del Instituto de Música de Helsinki. Sólo por la música que guía el sentir de sus imágenes ya vale la pena la visita. Las voces se mezclan con la atmósfera de la niebla, el otoño, la lluvia y los círculo del agua, de un agua que corre lentamente a través del silencio que inunda el boque de valores espirituales, que es lo que reivindican las autoras de la exposición. Se oyen murmullos, palabras (“el hombre no tiene derecho a explotar un bosque”). Raíces, árboles caídos, el paso del tiempo reflejado en las nubes, el nacimiento del árbol joven. Y anochece, por ejemplo. Surge el sentido de refugio, del amor, fundamentos de la vida, los misterios, andar durante horas a paso lento, sin camino. Es importante perderse en el bosque, por lo que significa de libertad, junto al sentimiento de unidad, donde todo encaja. Luz que se filtra, atmósfera de luces y sombras, la capacidad de imaginar y la vulnerabilidad (“un cuarenta por ciento de las especies en peligro de extinción se encuentra en los bosques”). Después vienen lo campos de batalla, horizontes llenos de cadáveres por la tala rasa, un paisaje que sobrecoge, pero que desde sus ruinas advierte con rebeldía que el árbol-bosque no se rinde y que renacerá.
Bien cultural
El encuentro de las fotógrafas con la isla japonesa de Shikoku y sus boques, marcados por la espiritualidad del sintoísmo, está presente en el apartado “La isla de los espíritus”, un hermanamiento lógico del alma del bosque finlandés con el alma del bosque sintoísta de Shikoku, que justifica la reivindicación que hace la exposición y sus autoras del valor cultural y espiritual del bosque. El gran tronco, como una deidad que proyecta energía en todas las direcciones, horizontes inmensos en el interior, barroquismo en la danza de las raíces al descubierto, rostros humanos en el paisaje que se integran y se convierten en conciencias que asumen su condición de habitantes del bosque. Líneas, multitud de líneas, hacia el cielo.
En la planta superior del CAF sigue la exposición. Allí está la cita con otro documental: “El final del arco iris”. Las fotógrafas dan testimonio de las secuelas del falso progreso, de las imágenes de los campos de exterminio de árboles, y las lágrimas del anciano que recuerda aquel bosque de su infancia que ya no existe (“cuando era niño…”). Aparece la incertidumbre y los interrogantes en “Procedimientos de silvicultura”, con un bosque domesticado y enjaulado.
Pero también está la serie “Suave se mece el pino del bosque”, con los gigantes que sobreviven, la paz, la hegemonía del gran árbol, vertical, aislado, en la cúspide, el choque con la realidad (“cada generación siempre destruye algo”). En el bosque continúan los juegos de los niños finlandeses, se suceden las raíces, las huellas de los viejos árboles y la emergencia de los jóvenes, las esculturas de la naturaleza, la niebla, las heridas y las cicatrices.
El bosque perdido. El bosque irredento. Para sentir la vida y exigir el compromiso de respeto y protección que obliga al ser humano.
(Artículo publicado en la revista digital cultural andaluza El Secreto del Olivo)