Nicolás Salmerón y Alonso, un almeriense ejemplar. Por Pedro Molina

Nicolás Salmerón y Alonso, un almeriense ejemplar. Por Pedro Molina

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La obra yel pensamiento de un buen número de almerienses ilustres está imperiosa mente necesitada de tener una presencia efectiva en la conciencia y el sentimiento de nuestros conciudadanos en general y de las instituciones en particular, tras muchos años de incuria generalizada tanto en el ámbito privado como en el público. Hoy, 20 de septiembre, en el día en que conmemoramos el centenario de su muerte, la Universidad de Almería abandera la recuperación y divulgación de la figura de Nicolás Salmerón y Alonso, presidente de la Primera República. Como universitario y hombre de estado, su figura es un ejemplo de tolerancia y virtud cívica. Sus escritos dejaron huella en la historia espiritual de las letras, las ciencias y la cultura españolas. Su labor política supuso uno de los intentos más serios de implantar una práctica política moderna y democrática enuna circunstancia española nada favorable.

No se trata de una mera evocación del hombre y la obra, ni de la exhumación arqueológica de una labor carente de toda actualidad, sino de la recuperación productiva y creativa de un importante personaje histórico, que sitúa en su circunstancia este ejemplo preclaro de la peculiar historia de hombres y mujeres que, nacidos en Almería, emigraron a otras tierras, pero que nunca perdieron el impulso, el estímulo y la inspiración de su patria chica. Lejos de nuestra perspectiva está el patrioterismo trasnochado que convierte lo almeriense en patrón de cultura, por el que todo lo realizado por los nacidos en esta tierra sea digno de ocupación intelectual por parte de investigadores y estudiosos. Estamos en presencia de un hombre, que, perteneciendo a un pasado no tan remoto, puede contribuir al mejor conocimiento del mismo, de la propia historia de España en la centuria del ochocientos, y de aportar su punto de vista en el debate contemporáneo sobre el saber y el hacer político. 
 

Nicolás Salmerón y Alonso pertenece, por derecho propio, a la rara estirpe de profesores universitarios comprometidos con su pensamiento, que decidieron en su época dar el paso a la política, en defensa de un ideal de convivencia democrático y progresista. En este sentido, constituye un preclaro antecedente de la historia de las ideas democráticas en España, y no sólo por su ideario en favor de convivencia pacífica y de resolución dialogada de conflictos, sino también como forma de vida buena, como virtud o excelencia a practicar y, en fin, como ejemplo de vida humana en la sociedad moderna. Es muy probable que para la izquierda se trate de un conservador, y para la derecha, de un revolucionario. Sencillamente estamos ante un demócrata empeñado en modernizar la vida española, en una circunstancia muy difícil desde el punto de vista político. En tiempos como los nuestros, de absoluta penuria para el valor y la digna consideración de lo político, la recuperación de la figura de Salmerón nos devuelve a un momento en el que el pensamiento liberal y progresista se ve abocado a hacer frente a los males de la patria, y hacerlo con los únicos instrumentos que legitiman la vida pública: la voluntad libremente expresada de los ciudadanos y ciudadanas, y la coherencia y responsabilidad moral, ética y política de sus dirigentes.
 
Me van a permitir que sugiera, en trazo grueso y sin perfilar del todo, lo que, a mi modo de ver, resume la trayectoria de nuestro ilustre paisano, como hombre de ideas y como animal político. Como hombre de ideas, y según reza la placa al pie del monumento de la Puerta de Purchena, sólo quiso ser considerado un filósofo. Su evolución en este sentido va desde la adhesión al idealismo krausista, presidido por un ideal de humanidad que heredó de Julián Sanz del Río, que suponía que toda acción intelectual y política tenía que estar presidida por el intento de elevar a los seres humanos concretos, de un tiempo y de un lugar, a su máxima dignidad, hasta un positivismo reformista que, presidido por la virtud de la prudencia y la oportunidad, pudiera llevar paso a paso a los españoles, a luchar por el bienestar del pueblo y la modernización de las estructuras de convivencia de la sociedad española y europea. Esta evolución de lo ideal a lo pragmático, de las ideas a su posible realización práctica en las condiciones más adecuadas, conforma un modelo de vida personal nada despreciable en el debate del tiempo presente. Su testimonio destaca que, si bien las ideas políticas son importantes, su práctica ha de estar presidida por principios morales superiores, que permitan, en cada momento, tener en cuenta la subordinación de las mismas a las circunstanciasconcretas en las que es posible llevarlas a la práctica. Esto lleva a procurar para la vida política principios como la honradez, la honestidad, la prudencia y el uso de la razón, por encima de los credos concretos.
 
Su vida y su obra son un ejemplo de la coherencia entre lo que pensó y lo que hizo, entre su ferviente deseo de cambiar su patria, pobre y depauperada tanto material, moral como intelectualmente, y la exigencia de hacerlo desde la firme convicción de que es imposible todo cambio en los modos de convivencia política, sin tener en cuenta las personas, los seres humanos de carne y hueso, con sus grandezas y sus miserias.

 

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