Mantener una librería, hoy día, en una capital de provincia como Almería, en la periferia, es un hecho heroico desde luego. Y no digamos nada, en un pueblo. A pesar de la crisis, del retroceso de la lectura en papel, entre otras cuestiones, las librerías se resisten a entrar en la consideración de “en vías de extinción”. Y están, permanentes, con espíritu de resistencia, supervivientes en un negocio que en muchos casos lleva aparejado el de “papelería”, conscientes de los tiempos agónicos que rodean al libro. Hace unos días asistí a la presentación del libro “Los presidentes y la diplomacia” (2012), del diplomático almeriense Inocencio F. Arias (Albox, 1940, y muy enraizado en Vélez-Blanco), en un acto organizado por Librería Zebras, de Almería. Ahora no voy a contarles nada del libro, que de todas formas les recomiendo, aunque sí pudo comentarles que la presentación tuvo una gran concurrencia; que hizo las presentaciones Miguel Naveros (escritor, periodista y ex-director del Instituto de Estudios Almerienses) y que Antonio Torres, director de Canal-Sur Almería, hizo la semblanza del autor del libro. Por su parte, Inocencio F. Arias habló de su libro, en torno a su visión sobre los presidentes de la democracia, en relación a la política exterior. Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero. El diplomático desmonta confusiones, mentiras y expone la coherencia de cada personaje. La mejor valoración, posiblemente, en torno a Felipe González; y la peor, Zapatero. En todos los casos, una de cal y otra de arena, atendiendo a la circunstancia histórica de cada presidente.
Pero lo que rondó también mi pensamiento fue la imagen de la librería que protagonizó el acto, Zebras, que ha iniciado una segunda etapa, con nuevo propietario. Miguel Naveros la denominó “librería de barrio” y me gustó el concepto. Y de eso va mi reflexión central en este artículo.
Por experiencias que recojo en mi entorno, aquí en Almería y en otras ciudades, estarán de acuerdo conmigo en que hay negocios, me refiero a pequeñas empresas, que cierran y otros que abren, aunque sea tímidamente, con espíritu emprendedor. Y de esta manera, uno se encuentra con negocios de una variada diversidad. Y curiosamente, me he encontrado con bares/cafeterías que han cerrado y bares/cafeterías que abren. España sigue siendo el país con mayor número de bares por metro cuadrado de todo el mundo. Personalmente, me parece un disparate, por mucho espíritu mediterráneo que se pretenda emparejar con los lugares de tapas.
Pero que un espíritu emprendedor aborde el negocio de una librería, en plena crisis, se podría calificar de alucinante; y si encima esta librería está alejada del centro, no habrá quien lo califique de suicida. Sin embargo, allí estaban, jóvenes y sonrientes, los nuevos gestores de Librería Zebras, con la ilusión en sus rostros, dispuestos a abrirse camino con el libro y sus alrededores como escudo.
En Almería capital, hubo dos librerías emblemáticas, a recordar, que sucumbieron sin llamar la atención: Goya y Cajal, con su papel en la Transición, cuando la cultura de los libros era un arma arrojadiza contra la dictadura y la ignorancia y pretendía abrir nuevo caminos libres al amparo de los nuevos tiempos universitarios de la provincia. Con ese espíritu crítico nació Librería Picasso y sobrevive Librería Pastoral. En esa atmósfera cultural están también Nobel y Tuiza y otras. Ya en pleno siglo XXI, en Almería capital hay una decena de librerías-papelerías. En provincia, en los principales municipios hay su correspondiente librería-papelería, en algunos varias (El Ejido, Roquetas, Garrucha, Vera). Pero lo normal es una sola librería (Adra, Albox, Carboneras, Huércal-Overa, Macael, Pulpí, Vélez-Rubio, etc.).
Las librerías en general, pero sobre todo en los pequeños municipios, son lugares de encuentros, de contemplación, de lectura. Las librerías de pueblo son cómplices de las pequeñas bibliotecas públicas que hay en ellos, mundos abiertos al escenario escolar. Y ésta es la clave de todo.
Una librería de barrio se mueve en circuitos pequeños, entre vecinas y vecinos, ofreciendo mundos eternos, que permanecen, en libros de papel o en digital, pero en libros. A sabiendas de que quien no lee en papel difícilmente va a leer en digital. De lo que se trata, en síntesis, es de potenciar el círculo de relaciones entre escuela, instituto, biblioteca y librería, porque una librería, de barrio o de pueblo, es un lugar muy necesario para los caminos que muestran el pensamiento crítico y libre.