Texto escrito por Miguel H.Pérez. Había levantado mucha expectación, entre los aficionados de la peña El Taranto, el recital de María José Pérez (Almería, 1985) después de su brillante triunfo, en agosto de este año 2015, en el Festival Internacional del Cante de las Minas de la Unión. Consiguió el galardón máximo en la LV edición de esta famosísima y obligada cita flamenca del verano flamenco: la «Lámpara Minera». Los aljibes de El Taranto mostraban, la noche del viernes, el ambiente propio de las convocatorias importantes.
María José, bien consolidada ya su carrera artística, se prodiga menos que antes en nuestra tierra ya que hace años vive en la provincia de Cádiz, primero en Jerez y ahora en la capital gaditana. Aunque echa de menos a su «querida» Almería y a su familia, reconoce que los aires del Atlántico andaluz han enriquecido su bagaje flamenco, añadiéndole matices distintos y enjundiosos. A todo esto, que entiendo es fundamental, se suma un «entrenamiento» diario en la Fundación «Cristina Heeren» de Sevilla, a donde se traslada a diario para ejercer de profesora, en su doble condición de logopeda y cantaora. Maestra, diplomada en logopedia y profesora de cante flamenco, su vocación pedagógica se alimenta en los dos sentidos: «mis retos están en la composición musical y literaria y en acabar los estudios de piano». Eso sí, añade: «me quiero jubilar de cantaora». Seguro que lo conseguirá.
En la Peña EL Taranto, consciente del nivel del auditorio, quiso ajustarse a los cánones más clásicos comenzando el recital, a palo seco, por tonás. Cante en el que puede lucir mejor el poderío de su voz que exhibía ya con trece años cantándole por saetas a «su» Virgen de la Soledad por las calles de Almería. Siguió el recital con una serie de tangos de Granada, para seguir con otra de cantes de levante, taranto incluido. Hizo un alarde de facultades en las alegrías y cantó también por soleá, antes de la larga tanda de fandangos de Huelva que se adaptan muy bien a las condiciones cantaoras de María José. Las palmas echaban humo. En ese momento, el presentador del recital, José Antonio López Alemán, le solicitó que cantara el célebre villancico «Los campanilleros». Para la cantaora fue una sorpresa y manifestó sus dudas pero, después de una breve charla con su guitarrista, se decidió a enfrentarse con este exigente y flamenquísimo villancico que tuvo en el mítico Manuel Torre su más conspicuo intérprete.
La almeriense entregó casi todo lo que le quedaba en el preludio navideño pero no quería irse de los aljibes sin cantar por siguiriyas: el cante grande por antonomasia. El entendido público le agradeció el gesto cabal. Terminó María José cuajando una actuación redonda, acorde con la categoría en la que ya habita como cantaora. Tiene una voz hermosa, que sabe dominar muy bien apoyada por los conocimientos adquiridos en sus estudios universitarios. Es muy buena aficionada lo que le permite una mejora continua en su carrera artística. La encontré muy segura en la interpretación, con la confianza que le da su poderío y su entrenamiento diario. Abusa, a veces, de sus facultades lo que le hace alejarse de la jondura que distingue al flamenco más íntimo y emocionante. Ella seguro que lo sabe e irá limando con el tiempo las aristas.
Cantó María José acompañada de uno de sus guitarristas habituales: el jerezano Domingo «Rubichi», hijo del desaparecido cantaor Diego de los Santos «Rubichi» y también familia directa de los «Agujetas». Toque clásico de Jerez que puso siempre al servicio de la cantaora almeriense, sin alarde alguno, pendiente del cante, tratando de facilitar la faena.