Crónica por Melanie Lupiáñez.
El Patio de Armas de la Alcazaba de Almería está siendo testigo de las XXXIII Jornadas de Teatro del Siglo de Oro. La fortaleza árabe recibe a los espectadores con meninas enormes en cada uno de los recintos para guiarlos por un viaje que estimula los sentidos y enriquece las mentes sedientas de cultura. Anoche un clásico entre los clásicos, el Hamlet de Shakespeare, que sudó Pablo Gómez- Pando, se planteaba su existencia pronunciando las archiconocidas palabras de la tragedia “¿ser o no ser?”.
El escenario estaba rodeado por ocho espejos altos e inclinados “el fin de la representación es poner un espejo ante el público” dijo el actor principal. En el centro una silla de terciopelo rojo tirada sobre un montículo, el suelo estaba cubierto por una gran tela blanca, que se iría descubriendo conforme avanzara la obra, para destapar otros colores que representaran la sangre, el luto, una pradera… Un inicio impactante, los nueve actores entonaban cánticos de gloria al nuevo rey acompañados de una música muy metalera a la radiante luz de los focos, un fuerte contrate con el soliloquio de Hamlet cegado de dolor por la muerte de su padre con la corona en los ojos a modo de venda.
El Teatro Clásico de Sevilla a través de la puesta en escena, la iluminación y algunas prendas de un más que elaborado vestuario aportó las innovaciones propias de este siglo a una obra intemporal, porque intemporales son las pasiones humanas. “Todos somos ilustres malvados”, como dijera el personaje principal. Una apreciación subjetiva destacar esta frase de la obra, pues del texto cada cual puede extraer una perla que regalar al cuñado en las cenas de navidad.
Hace 400 años que el dramaturgo utilizara recursos que todavía hoy sorprenden como la obra dentro de la obra, al introducir una pieza de teatro a la vez que se desarrolla la representación, o crear la ilusión de realidad cuando Hamlet pide a Horacio que cuente lo que ha pasado, como si la representación hubiera sido real. Cuando fueron reales los gritos de Pablo Gómez- Pando representando a un Hamlet perturbado, o el dolor de Rebeca Torres metida en las venas de Ofelia, el desgarro en el llanto de Amparo Marín abatida como Gertrudis, la madre del príncipe de Dinamarca ebrio de venganza.
Una obra que no dejó indiferente desde el principio hasta el final. El ritmo de los versos del dramaturgo inglés y cuanto hay de humanas en sus palabras embelesaron al público almeriense que dedicó un largo aplauso al final de la representación.