¿Por qué debe ser un poeta quien traduzca poesía?

¿Por qué debe ser un poeta quien traduzca poesía?

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Antonio Rivero.
Antonio Rivero.

Para ser traductor de poesía hay que ser poeta. Así se ha expresado hoy el traductor, Antonio Rivero, en una conferencia celebrada en la Sala de Grados en el Aulario IV de la Universidad de Almería, donde este reconocido traductor ha explicado los avatares de su profesión.

La conferencia titulada «El traductor en su taller» ha sido seguida por alumnos y profesores de la Universidad de Almería. Esta conferencia ha estado organizada por la Facultad de Poesía José Ángel Valente, que coordinan la profesora titular del Área de Literatura Española en la UAL, Isabel Giménez Caro, y el escritor almeriense, Raúl Quinto, en colaboración con el profesor y director de la Editorial de la UAL, Miguel Gallego Roca.

Para comenzar, Miguel Gallego ha presentado al protagonista del acto. Lo ha definido –casualmente en vísperas de la celebración del día de San Patricio– como el intermediario de la cultura británica y de la república literaria de Irlanda.

El traductor, poeta y crítico, Rivero Taravillo, ha sido «un cónsul del mundo anglosajón y celta gracias a su excepcional conocimiento de lenguas como el celta y el galés», dijo Gallego Roca.

Sin duda es una figura importante en el panorama literario español, pues en muchas ocasiones nuestra literatura ha carecido de la figura del traductor, tal y como se evidenció en la década de los 80, momento en el que salió a la luz la carencia de literatura inglesa e irlandesa traducida dentro de nuestra fronteras lingüísticas.

Esta fascinación por el mundo irlandés viene, según nos cuenta el propio autor, del componente mágico que envuelve la atmósfera de la tierra irlandesa; una magia que brota de su situación periférica respecto al Reino Unido y por haber estado al margen de corrientes que invadieron Europa, como el Imperio Romano.  Es traductor de poetas estadounidenses como Edgar Allan Poe, críticos como Harold Bloom, poetas irlandeses como Flann O’Brien y anglosajones como, por supuesto, William Shakespeare, de quien traducirá toda su producción teatral. Y, por si fuera poco, ha desarrollado la labor del biógrafo. Destacan de su producción biográfica las vidas de Cirlot o de Luis Cernuda, la cual recibió el Premio Comillas.

Toda la conferencia ha girado en torno a la labor que lleva a cabo el traductor a la hora de verter un poema en una lengua distinta sin acabar con la esencia que el autor plasmó en su creación. Rivero Taravillo asegura que él no comenzó a traducir porque quisiera hacer una carrera de traducción, sino por el mero afán de tener a su disposición textos que no estaban en su lengua. Señala, además, la necesidad casi obligatoria de que un traductor de poesía sea a su vez poeta.

Para corroborar su argumento se basa en la tarea de traductores que llevaron a cabo célebres poetas como Juan Ramón Jiménez o Luis Cernuda, autores que desarrollaron sus obras en un contexto en el que parecía imposible ser poeta sin ser, a la vez, traductor y crítico de literatura inglesa, alemana o francesa. Para Rivero, la poesía es un género que tiende a la introspección, pero que para evitar caer en el autismo y en una esfera de la autorreferencialidad, debe establecer puentes con la traducción.

El poeta debe conocer su propia tradición, pero además debe ampliar sus fronteras y empaparse de tradiciones literarias extranjeras. Las figuras de los traductores en la literatura española son excepcionales: Luis Cernuda en la generación del 27, Menéndez Pelayo y Borges, entre otros.

Rivera Taravillo ha insistido en que es fundamental que si se traduce poesía, el traductor no sepa simplemente decir lo que ahí se está contando, sino que «lo haga en longitud de onda poética» y lo dote de una envoltura sugestiva. Sin embargo, ha confesado que la duda está siempre presente en el trabajo del traductor, quien además no debe conformarse con el momento de epifanía que caracteriza a la traducción, pues traducir es una labor que requiere un trabajo. El traductor busca sinónimos y formas alternativas para que cada pieza encaje en el puzzle que conforma el poema. Para el autor, la aspiración del traductor de poesía es tratar de que el lector sienta lo que él sintió cuando desmembró cada una de las palabras que conforman los versos.

El profesor Gallego Roca ha destacado del libro de nuestro invitado, Vilanos por el aire, un aforismo en el que el autor compara la traducción con el gimnasio. Entre risas, Rivero Taravillo se ha definido como un «culturista literario» en su barrio por las horas que ha trabajado en el gimnasio de las palabras.

Entre sus diversas traducciones ha querido recitar a los asistentes la versión que realizó del ‘Soneto XII’ de Shakespeare primero en la versión original inglesa y más tarde en español. Ha elegido este soneto porque supuso un reto para él desde el punto de vista del significante, ya que quería que el tema del que se habla se mantuviese intacto. Sin duda, un hermoso soneto en el que el autor isabelino canta a la belleza de un joven al que insiste en que no se quede para sí su belleza, sino que la perpetua en el tiempo procreándose.

Para finalizar la intervención, tras la lectura por parte del profesor Gallego Roca de un poema traducido en el que se habla de la fascinación por lo dulce de las palabras en los poetas, Antonio Rivero Taravillo se ha despedido de todos los asistentes envuelto en aplausos. Por supuesto, un muy buen sabor de boca y muchas esperanzas en que tendremos oportunidad de volver a disfrutar de sus trabajos, pues tal y como nos ha confesado: la traducción de poesía es su metadona. 

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