Por María Gómez Herraiz y Daniel Zafra Aznar, voluntarios de la asociación Promar, en la escuela del Mar de Alborán en la embarcación Blancazul.
Adra, el tesoro de la costa de Almería, es ampliamente reconocida tanto por su patrimonio histórico con la llegada de los fenicios y la herencia de su respeto y devoción por el océano como por su patrimonio natural, en el que se integran los paisajes de ribera, montaña y marino. Pero, esconde un importante proceso ecológico que no todos sus habitantes conocen.
Y es que, hasta no hace muchas décadas, se producía un fenómeno que propiciaba la vida de las comunidades marinas de los alrededores de la costa del mar de Alborán, enriqueciendo así su valor ecológico. En el pasado, a través del río Grande de Adra con la cúspide de su nacimiento en el pico de San Juan a una altura de 2.786 metros se aportaban grandes cantidades de nutrientes que desembocaban en el mar hasta alcanzar una profundidad negativa de 2000 metros en la cuenca marina.
La corriente de agua fría que llega desde el océano Atlántico por superficie y atraviesa el estrecho de Gibraltar adentrándose en el mar Mediterráneo, produce el conocido efecto de “aguas profundas” en hidrología marina, por el que se generan corrientes marinas debido a las inversiones térmicas entre las temperaturas y densidades de las distintas capas de agua. La corriente fría se hunde desplazando las aguas cálidas del Mediterráneo, provocando la elevación de los nutrientes del fondo marino hacia la superficie.
Este proceso genera un ambiente óptimo para el desarrollo de microalgas esenciales en la cadena alimentaria como el fitoplancton, que atraerá organismos de mayor tamaño como zooplancton y peces pequeños y culminará con la aparición de depredadores de mayor tamaño como peces grandes, mamíferos marinos y aves.
Pero esto ha cambiado puesto que en la actualidad, el término municipal de Adra afronta una gran problemática ambiental que ha resultado en el deterioro de éste y otros procesos naturales.
En primer lugar, la canalización del cauce del río Grande de Adra para prevenir la infección por paludismo (Ley Cambó, 24 de julio de 1918), trajo consigo la anulación de aportes de sedimento por parte del río, provocando la desaparición del delta natural y creando un nuevo delta.
En el pasado, el río Grande de Adra era un enclave ecológico fundamental para la zona, puesto que la confluencia del agua proveniente de los picos de San Juan, Chullo y Almirez traía consigo una gran cantidad de nutrientes que llegaban a la cuenca del mar de Alborán, promoviendo la existencia de una gran comunidad de especies de todo tipo como se ha mencionado previamente.
La construcción del embalse de Benínar en el tramo medio del cauce, interrumpió el transporte de nutrientes y sedimento que se aportaban al mar al quedar el agua del río retenida en el embalse, derivando en la desaparición total del agua en el resto del cauce del río, contraviniendo la Directiva de Marco de Aguas de la Unión Europea y la Ley de Aguas.
A esto, se unen por vía marítima la construcción de espigones y escolleras que afectan al movimiento natural de arenas y limos dentro del mar, quedando atrapados en sus estructuras, de forma que la línea de playa pierde continuamente sus aportes de sedimento avanzando de esta forma el mar y afectando a construcciones humanas como edificaciones o cultivos.
Por otra parte, Adra afronta el desafío que supone ambientalmente la gran cantidad de invernaderos descritos en su paisaje.
Estos invernaderos, a consecuencia de limitar el espacio natural de la vegetación autóctona, producen microclimas secos debido a que no dejan interactuar la humedad del ambiente con la vegetación y el suelo, contribuyendo a la problemática que supone la desertificación en la zona. Además de esto, no permiten que el suelo se airee, de forma que los tóxicos de los fertilizantes se acumulan en él.
Por otro lado, la construcción y gestión de las estructuras agrarias genera una gran cantidad de residuos plásticos y químicos que parte de los agricultores desechan en descampados y cunetas y que posteriormente, quedan esparcidos por el medio natural debido a la acción del viento, aún en contra de las señalizaciones prohibitivas que podemos encontrar a lo largo del camino.
Para poder preservar la herencia natural y paisajística de Adra y dar solución a las problemáticas mencionadas, podrían aplicarse técnicas como el drenaje de sedimentos en el embalse de Benínar, manteniendo el caudal ecológico lo que permitiría la continuidad de los aportes de sedimento y nutrientes al mar.
Desde la vía marítima se podrían construir espigones sumergidos paralelos a la costa que protegieran del oleaje pero sin afectar a las corrientes marinas ni limitar el aporte de arena a la playa. Asimismo, podrían aplicarse técnicas de bioingeniería que integrasen vegetación marina en las escolleras que reforzarían su función protectora.
Con el fin de paliar el efecto de los invernaderos, se propone en primer lugar, la gestión de la basura acumulada junto a la introducción de incentivos económicos para aquellos agricultores que incorporen el uso de biofertilizantes o cubiertas de mayor resistencia y durabilidad en sus invernaderos.
Sería además, interesante aplicar técnicas de cultivo innovadoras como el cultivo vertical de vegetales, de forma que se redujese la superficie de cultivo necesaria. Para contrarrestar los efectos climáticos que supone tener tal cantidad de invernaderos, sería propicio, integrar vegetación autóctona en márgenes y descampados.
De esta forma, el término de Adra podría recuperar todo el potencial natural que posee con su reserva natural de las Albuferas de Adra y su espacio marino protegido (Lugar de Interés Comunitario; Sur de Almería, Seco de los Olivos), y volver a brillar como la joya que es.
Fotos y texto por: María Gómez Herraiz y Daniel Zafra Aznar, voluntarios de la asociación Promar, en la escuela del Mar de Alborán en la embarcación Blancazul.
Coordinación: Paco Toledano Barrera.