Los portadores que han diseñado son cápsulas de unas pocas millonésimas de milímetro con dos características básicas. Por un lado, son magnéticas, gracias a que contienen una o más partículas de magnetita, maghemita o hierro, para que, una vez inyectadas en el cuerpo, puedan ser dirigidas con un imán permanente o un electroimán al punto exacto que se quiere tratar y en el que liberar la carga del medicamento. Por otra parte, se recubren con materiales (polímeros biodegradables o biocompatibles, oro) que minimizan la respuesta del sistema de defensa del organismo, que de lo contrario las identifica como cuerpo extraño.
Según explica Ángel Delgado, “este material, o polímero, es como la caja donde se guarda el fármaco útil: protege a la nanopartícula dentro de la célula y hace que permanezca dentro de ésta el tiempo necesario para que la medicación se libere y haga su efecto sin que el sistema la reconozca como algo externo y la expulse. Además de biocompatibles, las hacemos biodegradables, de modo que cuando entran en el organismo se van descomponiendo sin liberar productos que sean nocivos”.
La ventaja que ofrece este tipo de tratamiento es la posibilidad de situar las moléculas contenedoras del medicamento dentro de la célula con cáncer, reduciendo al máximo la distribución del fármaco quimioterápico, muy agresivo como se sabe, también con las células sanas. “Aunque todavía son dominantes los métodos tradicionales de administración de fármacos, la nanomediciona, en el campo del transporte y liberación de medicamentos, se está abriendo paso”, explica Delgado.