Estamos en Málaga un 7 de febrero de 1937. Las fuerzas sublevadas asoman sobre las montañas que rodean la ciudad. Pánico. Al verlas, los mandos republicanos huyen de la ciudad y nos dejan un cartel en la comandancia que prácticamente dice «Sálvese quien pueda». Huyen, sí, en camiones y coches.
La ciudad se queda descabezada y con miles y miles de personas indefensas. A Málaga había llegado ya gran cantidad de población de Cádiz, Sevilla, Córdoba y las propias comarcas malagueñas. Y todos ellos, junto a casi todos los habitantes de la ciudad, huimos también. Huimos del terror; las mujeres, de las violaciones y humillaciones; los hombres, de los fusilamientos sin juicio previo. Somos una gran masa aparatosa, que no dispone de los medios para desplazarse en vehículos motorizados, y que salimos andando en dirección a Motril. Mujeres y niños somos los componentes principales de lo que después se llamará la Desbandá del 37, gente que en teoría no tiene nada que temer.
En medio de tanta marabunda de gente, es complicado contarlos. Como mínimo 150.000 almas, 200.000 quizás. Toda una ciudad en movimiento. «Supone el primer gran éxodo de población civil en el siglo XX», confesará en 2018 Juan Francisco Colomina, autor del libro ‘La Desbandá de Málaga en la provincia de Almería’ junto a Eusebio Rodríguez.
«¿Por qué nos vamos? No tenemos nada que esconder, no nos pueden decir nada», pregunta un niño de unos 9 años a su madre. La madre le mira y le da un tirón para que siga andando. No le responde. «Nos vamos por el miedo, la guerra, el hambre, la represión. Huimos del puro terror», pensamos en nuestros adentros.
Pronto, efectivamente, el miedo se apodera de todos nosotros. Tres barcos del ejército de Franco. El «Canarias», el «Cervera» y el «Baleares», dicen algunos. Empieza el bombardeo. Tenemos a un lado el mar, al otro la montaña, no hay forma de escapar ni de esconderse. Familias completas van siendo mermadas. Heridas, amputaciones forzosas y sangre tiñen de rojo la carretera. Corren rumores también de una mujer que se suicida al ver morir a su propio hijo en sus brazos. Las noticias más tarde contabilizarán hasta 10.000 muertos.
Tras seis largos días de penurias y bombardeos, trabajosamente hemos conseguido alcanzar Motril, donde la llegada de las fuerzas de la República consigue estabilizar el frente. Algunos de nuestros vecinos no han conseguido llegar a tiempo y son obligados a volver a Málaga, donde serán juzgados, represaliados, fusilados. La mayor parte de nosotros no tenemos ninguna vinculación política, pero poco importa.
Proseguimos la marcha. Ya han cesado los bombardeos, pero todavía nos quedan varios días de camino hasta llegar a Almería. Finalmente somos recibidos allí. En los primeros momentos nos quedamos en el puerto a dormir, en el Parque Nicolás Salmerón, en la rambla, la Alcazaba, la Hoya, algunas cuevas de la Chanca… Pero de nuevo llegan los bombardeos, esta vez de la escuadra nazi, que serán determinantes para que las autoridades almerienses decidan evacuar a los refugiados hacia los pueblos del interior.
A partir de entonces perdemos la pista a muchos de ellos. ‘La Desbandá de Málaga en la provincia de Almería’, de Juanfra Colomina y Eusebio Rodríguez, cuenta cómo huirán hacia Francia o Argelia conforme la derrota republicana iba siendo más patente. Otros se quedarían para siempre en Almería y otros, finalmente, volverían a su Málaga natal, donde sufrirían la represión del régimen franquista.
No obstante, hubo un hecho patente que relata Juanfra Colomina: «Para nosotros es lo más importante del libro: la población de Almería se portó muy bien con los malagueños. Se puede decir con contundencia que la población se portó extremadamente bien con los malagueños. Barrios deprimidos como La Chanca hacían comidas colectivas para los malagueños, dejando de comer ellos».