Es la noche del 6 de diciembre, fuera hace frío, pero en la Guajira hace calor y se respiran las ganas de flamenco. Los aros, las gorras, el pelo largo o el maquillaje delatan a esos asistentes que son algo más que aficionados. Sobre el escenario dos sillas y un par de micrófonos a altura media la preparación necesaria para el cuadro flamenco. Esta noche las protagonistas son Blanca Lorente y Tatiana Cuevas, dos jóvenes bailaoras de Roquetas de Mar y Málaga respectivamente, al cante Rocío Zamora y al toque Gabriel Pérez, los dos últimos también almerienses.
La asociación cultural de la calle Cruces Bajas mantiene una programación constante y de calidad durante todo el año. En la pequeña sala de actuaciones solo caben 80 personas, cada una de las localidades está ocupada y los asistentes amenizan la espera con una copa de vino, un aperitivo o una cerveza. Un ambiente cercano que aproxima al flamenco a su cuna a la vez que abre las puertas a los artistas nóveles prestándoles un espacio para darse a conocer.
Toma el escenario la cantaora, Zamora se aproxima al filo de las tablas y solo con su voz empieza la actuación son Fandangos de Santa Eulalia, le sigue una farruca y a continuación una seguirilla protagonizada por la bailaora Tatiana Cuevas con un vestido rojo. Los movimientos de Cuevas son sensuales, a la vez que hace vueltas elegantes y un zapateado enérgico. El público aplaude la intervención de la joven que con la respiración entrecortada acompaña con las palmas a la guitarra. Entre el jaleo y jarana introduce a su compañera y por alegrías acaba la primera parte del concierto con las dos jóvenes bailando al unísono.
Durante el descanso el público aprovecha para levantarse y tomar algo. Entre los asistentes el lutier, David Egidio, que ha dado forma a la guitarra que ha sonado durante la primera parte. El instrumento apenas es un recién nacido, el día anterior al recital Egidio acabó de construirla, está diseñada a capricho para el guitarrista, Gabriel Pérez y además tiene la particularidad de ser totalmente artesanal, con maderas centenarias y siguiendo las técnicas de antaño.
La navidad se cuela en esta noche flamenca y un villancico flamenco, Los Pastores, embelesa a los asistentes, la voz tibia de Zamora y el toque de Pérez envuelven la sala, se crea un ambiente mágico y un silencio que sobrecoge. No hay pantallas retroiluminadas, ni cámaras que filmen el instante es un momento presente, “ole, que bonito” dice una voz femenina desde el fondo de La Guajira antes de romper en aplausos.
Una soleá es lenta, es grave y dolida. Un palo sentido y difícil de defender sin embargo Blanca Lorente lo hizo fácil, su semblante serio, la emoción que reflejaba su rostro, el hechizo que lanzaban sus manos fueron la traducción corporal de la letra, una manera de entender por qué el flamenco es universal.
El espectáculo se acerca al final y el toque enérgico responde al zapateado frenético de la joven almeriense. Pero la sonada y larga ovación invitan a seguir, la cantaora desde la tarima llama al público a que se anime a subir para acabar con un fin de fiesta como dicen los flamencos. Una mujer vestida de negro y con el pelo largo y rizado toma la iniciativa, es una de las dueñas de la escuela flamenca El Jaleo, Rocío Beltrán, la presenta la cantaora. Un corro sobre las tablas, palmas, cante y bulerías Beltrán se anima a bailar, así acaba la noche flamenca.