Gabriel Cobos ha hecho de su almacén de electricidad un museo dedicado a las dos ruedas. Este almeriense vive su pasión por las motos en familia desde hace más de quince años, tiempo en el que se ha echo con cerca de noventa motos de época, con no menos de veinte años cada una. Entre su colección hay verdaderas joyas de la mecánica entre las que se cuentan bultacos, montesas, guzzis y una flamante Ural, copia rusa de una BMW y diseñada para el Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial.
Su primera moto fue una Montesa Impala de 175 C.C., que todavía conserva, y que se compró en los años sesenta nada más cumplir 18 años. Esa montura le servía para «ir a trabajar a Almería desde Benahadux. Hice un buen cambio, dejé la bicicleta y empecé a moverme en moto». Ahí se materizalizó su pasión por las motos, pero no comenzó su afición a coleccionarlas.
La idea de coleccionar motos de época le llegó mucho más tarde, hará unos quince años. Empezó, como muchas veces ocurre, «casi por casualidad», y cuando quiso acordar tenía más motos en casa que espacio.
La mayoría de los vehículos que tiene son regalados, «gente que las tiene en su casa abandonadas y que sólo le estorban». Gabriel Cobos, como buen conocedor de las mecánicas antiguas, se encarga de restaurarlas, es decir, un buen trabajo de chapa y pintura, un esfuerzo de búsqueda de piezas originales en revistas y foros especializados y, lo más importante, una buena mano a la hora de abrir los motores y una fantástica relación con el tornero que le prepara las piezas que no se encuentran en el mercado.
«Por suerte, todavía se encuentran repuestas de Montesa y de Guzzi, pero hay otras muchas que no hay forma de encontrarlas y hay que hacerlas a medida», asegura Gabrier Cobos.
Entre sus ‘joyas’ de dos ruedas tiene varios velomotores, es decir, prácticamente una bicicleta con unos cuarenta años de antigüedad que monta un pequeño motor para ayudar en el pedaleo. «Los velomotores y los ciclomotores que tengo son los más delicados, se estropean con facilidad y cuesta mucho trabajo encontrar piezas, por eso que apenas los cojo». Junto a la colección de velomotores y ciclomotores, este apasionado de las dos ruedas tiene un Ural con sidecar, una moto de fabricación soviética a partir de la copia de un modelo de BMW. «Motos como ésta eran las que utilizada el ejército ruso en la Segunda Guerra Mundial. Este modelo es más nuevo porque después de su uso militar, la firma comenzó a producir en serie, y ésta puede tener unos treinta años». Y es curioso, la Ural, una moto pensada como una todo terreno aún se fabrica y se comercializa por unos 11.000 euros, un capricho al alcance de pocos, una moto, como dice Gabriel Cobos, «prácticamente irrompible», eso sí, a pesar de lo que diga su dueño, esta moto tira aceite, aunque a muchos no les importaría nada tener una buena mancha de aceite en su cochera.
Junto a éstas piezas de mueso, Cobos tiene varias vespas, otras tantas montesas, y alguna que otra Bultaco. También entre las monturas españolas, Cobos enseña con orgullo una Ossa 500 C.C. de dos tiempos, toda una bala que en los años setenta y ochenta fue lo más parecido a una bala con dos ruedas.
La afición de Gabriel Cobos se ha extendido a todos los miembros de su familia, desde hijos a nueras, pasando por su esposa, que tiene reservado el sidecar de la Ural. Toda la familia participa en las concentraciones de clásicas, cada uno con su moto, como la que este domingo se celebra en Rioja.
En definitiva, un museo en el centro, un museo por descubrir escondido bajo la apariencia de un almacén de electricidad. Y, sobre todo, una herencia para su descendencia, un legado que en vez de estar compuesto por ladrillos se forma a base de carburadores, válvulas, cilindros y algún que otro calentamiento de cabeza.
Por cierto, todas las motos están en perfecto estado y listas para disfrutar de ellas; además, todas tienen sus papeles en regla y pueden circular por a vía pública sin ningún problema.