La literatura difícilmente se puede explicar, pero a veces no queda más remedio y hay que intentarlo. Para poner luces a la actualidad literaria de consumo. La esencia de la novela se entiende desde la ficción. La imaginación del escritor y sus vivencias son el principal instrumento para una narrativa que se configura desde el lenguaje de las palabras y las propias imágenes de interior. Y el lector es partícipe de la germinación en cada momento de la narrativa. “La novela es ficción y la memoria del autor”. Más o menos éstas fueron las palabras de Juan Marsé, en la ceremonia del Premio Cervantes.
Y no eran palabras casuales. En realidad el escritor entraba de frente a una de las cuestiones que actualmente condicionan el mundo de la narrativa en España, sometido a un proceso de engaño, fraude o trampa creativa argumental. Quizá, por imposición de los intereses comerciales de las grandes editoriales o porque, a falta de recursos imaginarios, es más fácil echar mano de los alrededores de la historia antes de que el escritor cierre los ojos y mire hacia su interior y el mundo que le rodea para contar sus propias ‘historias’. Por supuesto que esto no quiere decir que no se hayan escrito grandes novelas que tienen su punto de partida en personajes de la historia, aparte de las biografías noveladas. Ahí está, por ejemplo, la extraordinaria ‘Reivindicación del Conde Don Julián’, de Juan Goytisolo. La cuestión es que el mundo de la ficción es el gran territorio donde nace la novela para desvelar la realidad, donde es más complicado mantener los criterios para transformar cada palabra en un universo fascinante. Para luego mirar a nuestro alrededor. Sobre todo, desde el ‘Yo’ personal del autor.
El tiempo ha ido poniendo apellidos a la novela. Y hoy día la novela denominada ‘histórica’, con toda su diversidad en las intromisiones, por lo visto es la consigna editorial. Es significativo que la actualidad editorial ha impuesto, por ejemplo: ‘Esperando a Robert Capa’, de Susana Fortes (Premio Fernando Lara), que narra las relaciones amorosas del histórico fotógrafo con una muchacha judía, en el panorama de la guerra civil española. Dos hechos confluyen aquí: el personaje histórico y la situación de la guerra civil, otro elemento que impone una línea de conducta dominante en el panorama de la narrativa oficial. El tema histórico y la música subyacen en ‘El viajero del siglo’ de Andrés Neuman (Premio Alfaguara). También es noticia que el poeta Luis García Montero ha desembarcado en la novela con ‘Mañana será lo que Dios quiera’, inspirada en la infancia del poeta Ángel González.. En otro territorio narrativo, con un trasfondo de memoria histórica, está ‘La sombra de lo que fuimos’ de Luis Sepúlveda (Premio Fémina). Y así podríamos seguir. La cuestión no es que haya novelas con su esencia argumental en algún lugar de la historia; con criterios muy diversos, el problema es que otras líneas creadoras, por directrices editoriales o de la cultura oficial se sitúan en segundo plano.
Ante este panorama, poco tienen que hacer, aunque parezca exagerado, por ejemplo, el mundo de la novela surgido, por ejemplo, con Sánchez Ferlosio, Luis Martín Santos, Joan Benet, Arturo Barea, Carmen Laforet, Miguel Delibes, Torrente Ballester, Ramiro Pinilla, Ana María Matute, Álvaro Pombo, Luis Mateo Díez, Luis Landero, por poner algunos nombres.
La novela y su autor se forjan desde el encuentro de interiores, primero del autor consigo mismo y, después, con el lector, a título individual, para ejercer el derecho a la reconstrucción de la realidad. El principio de las novelas de ficción está en la esencia de las palabras, de cada palabra, en las formas que adoptan, en la evolución de hechos que el lenguaje promueve y construye. Ahí nace la atmósfera que impregna las situaciones en cada momento. Nacen personajes sin nombre que luego adquieren su identidad en el diálogo personal del escritor con cada lector.
El tiempo y sus rupturas es uno de los elementos más fascinantes de la novela, que impone la evolución de las ideas narrativas, la vitalidad que nace de la imaginación. Siempre hay lugar para el halo poético de las palabras. Porque cada palabra es todo un mundo abierto, universal, una historia sin fin. En cada lugar imaginado está la esencia de todo lo que puede ser. Es aquí donde comparece ese ‘Yo’ del autor como hilo conductor. Después, viene el momento interior, en silencio, de la lectura. Personal. Y en ese momento, no hay historias que valgan. Pero queda el recurso extraordinario de imaginar que el personaje histórico nunca existió, que es una ficción, que a su alrededor hay un fascinante mundo imaginario, aunque venga impuesto por la historia oficial y por convicciones extra-literarias. Sólo así, las ‘novelas históricas’ dejarán de ser una mentira para convertirse con derecho propio en la realidad reconstruida.