La Declaración Universal de los Derechos Humanos proclama entre otras cosas: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros” (Artículo 1). “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona” (Artículo 3). “Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica” (Artículo 6). “Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país” (Artículo 13).
El ser humano está en su tierra, con fuertes raíces que lo tienen clavado al lugar donde nació. Hay una firme identidad que engloba cultura, costumbres, tradiciones, ideas, religión, creencias, sentido colectivo, pueblo, paisaje… A todo ello se suma también la conciencia de que “mi país es el mundo entero, mi patria es el planeta”. Desde este punto de vista, cualquier ser humano tiene derecho a establecerse allá donde quiera vivir y encontrar los medios suficientes para su vida, individual y comunitariamente.En el punto de mira está el continente africano. Y la responsabilidad de Occidente, que históricamente tiene de saldar una importante deuda con África. Todavía permanece el interrogante de quién controla de verdad los recursos naturales del continente vecino. Pero las responsabilidades no son sólo occidentales. Algo tendrán que ver los regímenes y gobiernos africanos que han descubierto la importancia de las remesas económicas de sus emigrantes.
Desde este punto de vista, es fácil de catalogar a priori de enorme disparate esta diáspora sub-sahariana. Largas travesías que pueden durar más de un año y dos, en una escapada que a veces puede considerarse ‘expulsión’ o ‘exilio’. Y no todos llegan. Y está el caso de los menores, un problema que no se explica desde los sentimientos personales, familias que envían en cayucos a sus menores para que sobrevivan y tengan la oportunidad que no encuentran en su país. Desde la mente occidental, la irresponsabilidad de esas familias es innegable. Seguramente desde el punto de vista familiar africano, la perspectiva sea otra. Está el espíritu de mantenerse en la tierra donde se nace y luchar por una vida digna, por la igualdad, sin necesidad de emigrar. También está la responsabilidad de los gobiernos africanos. Esta cuestión se ha convertido en un importante detonante social, que ha puesto en evidencia las estructuras sociales en nuestro país, por cuestiones laborales, de acomodación y de ajuste social, ante una realidad que refleja los desencuentros culturales. Aunque también existe la hospitalidad y la solidaridad de quienes se identifican con los ‘extraños’.
Ante este panorama es vital poner rigor al conocimiento de esta problemática. La diáspora sub-sahariana no huye del hambre, sino de la falta de expectativas vitales. Y no es que no haya hambrientos en el continente africano, los hay, los vemos escuálidos y agónicos en muchos reportajes. Pero estos no son los que vienen. No hay más que ver el físico atlético de los que llegan en cayuco, supervivientes por nuestras ciudades, para darse cuenta de ello. Lo lamentable es que, una vez instalados aquí, la asimilación hace que muchos consideren que la buena alimentación, la del progreso y desarrollo, ya no es la de su tierra de origen que los hizo como son, sino la ‘comida basura’. El modelo occidental que se ha implantado, de manera que la obesidad es ya un ideal. Con el tiempo se pueden convertir en sub-saharianos integrados y satisfechos porque ya son como nosotros: totalmente decadentes. Lamentable.
El inmigrante africano se enfrenta a toda clase de obstáculos. Y el que llega extenuado a la playa del otro lado es el héroe para los suyos. Es el símil de Ulises (‘La Odisea’) que triunfa y entra en territorio desconocido dispuesto a sobrevivir por los suyos. Detrás quedan inimaginables penurias, fatigas, agotamientos, dolores, enfermedades, testigo de muchas muertes cercanas, para llegar a un mundo donde encuentran de todo, el rechazo, los prejuicios, la explotación laboral, la amenaza de la expulsión, en muchos casos impulsados a esconderse, a huir. Con el propósito de no regresar derrotado. Y no se rinden.
Por eso cuando se mira alrededor, al panorama autóctono de aquí, la realidad es desalentadora, con un fracaso escolar de más del 30 por ciento, una ‘pijería’ en alza entre los adolescentes, pendientes en muchos casos únicamente del ‘botellón’ del fin de semana y de las vestimentas y calzados deportivos de marca que sus padres consentidores les van a comprar. Y qué decir de los adultos, hipnotizados y esclavizados por la sociedad de consumo idealizada desde la televisión. Nada que ustedes no sepan.
Se me ocurre que el Gobierno español o la Junta de Andalucía podrían llegar a convenios con los países sub-saharianos para promover intercambios de población. Nosotros les enviamos, por ejemplo, 50.000 adolescentes de la ESO con sus padres para que también aprendan, o sin ellos, y ellos nos envían otras tantas familias africanas. Pasado un tiempo prudencial, un año o dos, por ejemplo, los adolescentes españoles o andaluces enviados a África podrán regresar, pero eso sí, atravesando a pie el desierto y después el mar, en cayuco o patera.
Tenía toda la razón del mundo el historiador francés, Federico Ozanam (1813-1853), católico, fundador de las Conferencias de San Vicente de Paul, una de las referencias del pensamiento en la Francia revolucionaria del XIX. Famoso fue su slogan: ‘Pasémonos a los bárbaros’. Ozanam escribió, en 1834: “Lo que agita el mundo en estos momentos no es ni la cuestión de personajes, ni la cuestión de formas políticas. Es únicamente la cuestión social. Es la lucha de los que no tienen nada contra los que tienen demasiado. Es el choque violento entre la opulencia y la pobreza que hace temblar el suelo donde se posan nuestras plantas”. Palabras que siguen vigentes.
Tenía toda la razón del mundo el historiador francés, Federico Ozanam (1813-1853), católico, fundador de las Conferencias de San Vicente de Paul, una de las referencias del pensamiento en la Francia revolucionaria del XIX. Famoso fue su slogan: ‘Pasémonos a los bárbaros’. Ozanam escribió, en 1834: “Lo que agita el mundo en estos momentos no es ni la cuestión de personajes, ni la cuestión de formas políticas. Es únicamente la cuestión social. Es la lucha de los que no tienen nada contra los que tienen demasiado. Es el choque violento entre la opulencia y la pobreza que hace temblar el suelo donde se posan nuestras plantas”. Palabras que siguen vigentes.
(Publicado en IDEAL-Almería, lunes 29 de diciembre, 2008, página 25)