A tenor de la información expresada en época estival, antes del merecido descanso y ocio productivo del mes de agosto, del encuentro institucional entre el Presidente del Gobierno de la Nación española, plurinacional e invertebrada según José Ortega y Gasset y el de la Comunidad Autónoma de Cataluña, se percibe, iuris tantum, una preocupación que se llegue a un acuerdo aséptico alegal y amoral de más cesiones gubernamentales para poder dar curso a ese nacionalismo extremo, que se nos ha metabolizado como una enfermedad autóctona de inflamación ética de la condición nacional patriótica federalista del siglo XXI.
Cada vez que escucho a los presidentes de las regiones vasca y catalana, que ponen de manifiesto con templada voz exterior e interior con acritud en la sociabilidad y socialización, manía y mezquindad de su nacionalismo tipo Rhodesia, a la postre, reafirman su angustia por la falta de identidad, debido a una pobreza, un proyecto viable de nación; y lo llamativo de todo, es que se produce esta forma de proceder en pueblos desarrollados, donde su PIB es el más elevado que la media de su entorno.
Dos nacionalismos no integrados de formas arcaicas con tintes mesiánicos y de extrema miopía, no solo ocular, que podían haber cambiado la historia de ambos pueblos, cicatrizando heridas pasadas, alimentadas por raros escritos seudofilosóficos, no lo han logrado, sino que las han tensado hasta la quebradura, sirviéndose incluso de una terminología sacada de la religión. El nacionalismo excluyente y beligerante que tratarán los máximos mandatarios no es un problema político, ni cultural, ni histórico, sino de comprensión humana ante una forma primitiva de sociabilidad y socialización ante el reto de la globalización y la presencia de España en Europa.
Además, ese nacionalismo que deriva de forma directa o indirectamente de la amenaza ideológica, odio, resentimiento, enseñanza localista y sesgada, etcétera; llevando ese sello de tal calado está condenado a no vivir en paz: el síndrome de culpabilidad se hereda lo mismo que el mapa genético; o, – ¿quién sabe?- como una tumba con derecho a perpetuidad.
Es necesario, que después de esta formal entrevista de Estado, – que debería de haber estado el Jefe del Estado-, con el refrendo del constitucional Presidente del Poder Ejecutivo, para hacerles llegar desde las máximas Magistraturas, que los pasos de inculturación nacionalista que avanzan envilecidamente tengan vuelta atrás, ya que sí no España caminará a tientas y paulatinamente a un desmoronamiento de azucarillo y a un descoyuntamiento del alma. Que se quiera ver y admitir por gobernantes y políticos no nacionalistas es otra cosa.
Rafael Leopoldo Aguilera Martínez