Recuerdo una fiesta con unos amigos que ya apenas veo y a los que quise con esmero. Recuerdo que andábamos cortitos de vasos y uno de ellos apareció con un porrón que sacó de nadie supo dónde. El vino se volcó por el agarradero y al final, sobraron los pocos vasos que quedaban. Todos bebimos del porrón y llegó a convertirse en el protagonista de la fiesta. Algunos enfangados porque no sabían pararlo y otros por su desatino, pero el porrón circuló a destajo y a pesar de llenarse reiteradamente durante toda la noche, sin duda fue la fiesta en la que menos cantidad de vino he ingerido en mi vida. Imagino que en total, no llegaría a tomar ni un par de copas, y en cambio, todos nos fuimos satisfechos y completamente serenos para la piltra (cada uno a la suya, claro). Cuento esto, porque los titulares últimos del Instituto Andaluz del Flamenco o de la Bienal Malagueña que organiza la Diputación de Málaga quieren dibujar a las instituciones correspondientes como el botijo de aquella fiesta que antes mencioné, que contiene poquita cantidad y la distribuye armoniosamente entre los asistentes. Quiero decir que además de la programación, poco aporta saber si participan 190 o 310 artistas. Este dato solo es importante para justificar la sonrisa de “estarencantadodehaberseconocido” del político de turno en el periódico local. ¡Una pena, pero así está la cosa!.
Generalmente, suele ser el mismo político que decide eliminar los programas permanentes de formación, que retira el apoyo a festivales con larga tradición, o que permanece impertérrito mientras sus compañeros de partido especulan con terrenos que contienen construcciones que bien podrían utilizarse como locales de ensayo o viveros de empresas culturales.
Así está la cosa, pero la pena es que en estos tiempos de verdadera penuria económica, sigamos siendo mediocres con las ideas y cicateros con los recursos de todos los ciudadanos.
¡Ya vale!.