En octubre de 1862, la reina Isabel II visita Almería. Era la primera visita real que vivió la ciudad después del paso de los Reyes Católicos tras la toma de la cuidad por los cristianos. Almería se preparaba para el acontecimiento que iba a cambiar su historia, sin embargo, nada de eso fue así: ilusiones rotas, dispendio y lujos para atender a una reina más conocida por sus aventuras de cama que por su gestión. La visita de la reina fue una frustración, la historia de un sueño roto en Almería. Este sábado se cumplen 150 años de la visita de la reina a Almería.
Almería vivía sumida en el ostracismo. Una tierra olvidada durante siglos, a la que apenas habían llegado las comunicaciones y que se había convertido en un foco de pobreza e injusticia social, donde abundaban los pobres que no tenían nada que llevarse a la boca, y los que tenían, apenas se preocupaban del resto de la población. El siglo XIX fue una de las épocas de transformación de la sociedad de esta provincia, es más, de esta provincia en sí. Fue un momento en el que floreció una industria minera que invirtió los flujos migratorios y convirtió a Almería en una provincia de destino. Tal fue el auge de la minería que se llegaron a contar unos 300.000 habitantes en toda la provincia, 30.000 de ellos en la capital.
Estaba claro que Almería vivía una época de crecimiento. Era el tiempo de la expansión de la ciudad, del derribo de las murallas árabes, de un esplendor económico auspiciado por la explosión de la minería en las sierras de la provincia; una época en la que algunos almerienses hicieron grandes fortunas con la exportación de materias primas a toda Europa. El mineral, la fruta y el esparto eran los tres pilares del crecimiento económico de la provincia. Sin embargo, este esplendor se quedó en las capas altas de la sociedad. El pueblo llano pasaba hambre, no tenía recursos ni salidas y estaba muy necesitado de alegrías.
Era generalizada la sensación de abandono que se sentía en la provincia, una Almería marginal, en la periferia, y apartada de toda la modernidad que estaba llegando a otros puntos del país. Una provincia aislada prácticamente, en la que las infraestructuras de transporte brillaban por su ausencia. Así era la Almería que el 20 de octubre de 1862 vivió un acontecimiento que, muchos pensaron, iba a cambiar la historia de esta provincia para siempre, que iba a significar el inicio de un camino de progreso que nunca existió, porque Almería siguió siendo la misma. Bueno, algo más pobre después de gastar lo que tenía y lo que no en agasajar a la reina Isabel II y a toda la corte que la acompaña en su visita a la ciudad.
La visita que Isabel II realizó a Almería fue una de las paradas del viaje que la reina realizó por Andalucía y Murcia, que la llevó por todas las provincias de la comunidad excepto Huelva, que no pudo disfrutar con la presencia de su reina. Son varios los historiadores que califican este viaje como un lavado de imagen realizado por Isabel II, una reina con muy mala fama por una pésima gestión y por el lujo del que se hacía acompañar. Una reina que necesitaba el cariño de sus gentes y que lo buscó de forma ansiosa para apaciguar los movimientos que se sucedían en su contra por una y otra parte del país.
El historiador y director del Departamento de Historia del Instituto de Estudios Almerienses, José María Verdejo, está convencido de que la reina vino a Andalucía para ganarse el apoyo de la gente del pueblo y recuerda los movimientos de protesta que había en la época, como el sucedido en Loja (Granada) unos años antes y que acabó con varios muertos; o el caso de Angelillo, el hijo del farmacéutico de Berja, que en 1861 tomó cierta fama por sus acciones como bandolero. Signos del descontento hacia el reinado de Isabel II.
Isabel II partió de Madrid para entrar en Andalucía por Jaén, y así visitar Córdoba, Sevilla y Cádiz, desde donde regresa a Sevilla y a Jaén, para continuar con la segunda parte de la visita por Andalucía, que la lleva por Granada, Málaga, Almería, Cartagena y, a través de Murcia, regresar de nuevo a Madrid.
A Almería llegó el 20 de octubre de 1862, procedente de Málaga. Llegó al puerto de Almería, todavía sin terminar, con una comitiva de una decena de barcos, ya que en su viaje, la reina se hacía acompañar de una corte de unas cincuenta personas, cuatro ministros y dos de sus hijos, María Isabel y el que años más tarde fue Alfonso XII.
El historiador Antonio Sevillano no ve nada positivo en la visita que la reina realizó a Almería y piensa que su paso por la ciudad fue un desastre para la economía local. Casi como un ‘Bienvenido Mr. Marshall’ a la almeriense fue el paso de Isabel II por Almería. “Una reina que sólo dejó de legado para la ciudad unos vestidos y un manto para la Virgen del Mar”, lamenta este historiador.
Almería vivía una auténtica euforia con la visita de Isabel II. “Imagínate, una tierra completamente olvidada se convertía en destino de una reina”, dice Antonio Sevillano, que explica que fueron 80.000 personas las que llegaron de todos los puntos de la provincia para ver el paso de la reina por Almería. Esta enorme concentración de personas también fue recogida por el cronista oficial de la reina, Francisco M. Tubino, en ‘Crónica del viaje de SS. MM. y AA. RR. a las provincias de Andalucía’, donde hacía referencia al jolgorio de estas gentes que interpretaban “sonidos indígenas”, que Antonio Sevillano interpreta como una referencia a cantes flamencos de la época.
En un principio, la visita de la reina supuso una inyección de moral en la provincia de Almería, una sensación que contrarrestó con los beneficios obtenidos de su paso por la ciudad, que prácticamente fueron nulos.
Y la ciudad se volcó completamente con su reina. No sólo las gentes del pueblo llano, también las instituciones y los pudientes de la época lo dieron todo para que Isabel II se acordara de Almería y tuviera presentes sus reivindicaciones. El Ayuntamiento de Almería se gastó 100.000 reales, una cantidad de dinero que equivalía al presupuesto de la ciudad para un año entero. Ese dinero sirvió para engalanar la ciudad, acondicionar los lugares por los que pasó la comitiva real, así como para sufragar los gastos de banquetes e infraestructuras que requería tan señalada visita, algo que no ocurría desde la toma de Almería por los Reyes Católicos.
Fue tal el gasto que hizo la ciudad en la visita de la reina que se cogió parte del dinero destinado al Cementerio de San José, cuya construcción tuvo que esperar hasta una coyuntura más favorable. Además, también se gastó el dinero previsto para cubrir la plaza de arquitecto municipal. Un volumen de gasto que no podía soportar la cuidad, pero en el que se embarcó para dejar una buena impresión de Almería a la reina y demostrarle que no era una tierra tan pobre como se decía en el resto del reino. “Se echó la casa por la ventana para demostrar que no éramos menos que el resto”, dice Antonio Sevillano.
El mismo cronista recogió que la Diputación tenía preparado un coche lujoso cedido por un particular, sin embargo, los comerciantes decidieron comprar uno para la ocasión, que encargaron en París. El carruaje era tan lujoso, 20.000 francos costó, que “el periódico L’Illustration de París publicó un dibujo de ella con su correspondiente descripción”, explica Tubino en su crónica. Sin embargo, Antonio Sevillano confiesa que no se cree del todo que trajeran semejante carruaje, y la duda le viene porque piensa que no había tiempo suficiente para construir el coche y trasladarlo hasta Almería desde París.
Prácticamente todos los sectores de la sociedad almeriense se volcaron con la visita de la reina: las familias pudientes como los Jover, Campos o Roda prepararon sus casas para alojar al personal que venía con Isabel II; la Iglesia realizó importantes gastos en preparar sus templos; incluso el sector minero se volcó con la visita y le regaló una torta de plata fundida valorada en unas 25.000 pesetas, todo para que la reina tuviera en cuenta las reivindicaciones de este colectivo, relacionadas principalmente con la falta de infraestructuras de comunicación de Almería.
Otro gran obsequio fue el ofrecido por el sector del esparto, quienes ordenaron construir una pieza de arquitectura efímera, conocida como el Pabellón del Esparto, llena de todos los lujos posibles para recibir a la reina nada más que bajara del barco, un lugar de descanso y aseo para Isabel II y todo su séquito. Esta construcción llamó la atención de Charles Clifford, un fotógrafo británico que acompañó a Isabel II en su viaje por Andalucía. Clifford es autor de las dos primeras fotografías que se tomaron de Almería: una de ellas era el suntuoso Pabellón del Esparto; y la otra, una panorámica de la ciudad tomada desde el entorno de lo que hoy es La Chanca.
Antonio Sevillano llama la atención de la vinculación de Isabel II con la Iglesia y que se puso de manifiesto en su visita a Almería. La reina no visitó el Ayuntamiento de la cuidad y los actos oficiales con las autoridades locales se desarrollaron en el Gobierno Político y Militar y de la Diputación, instalados en lo que hoy es el convento de Las Claras. Pero sí estuvo presentando sus respetos en la catedral, el hospicio, dependiente de la Iglesia; y en la iglesia de la Virgen del Mar. Era una reina con una vinculación muy profunda con el clero, a pesar de llevar una vida nada ordenada para la moral católica, con un marido, Francisco de Asís, homosexual y una colección de amantes, padres de algunos de sus hijos, que incluso llegaron a ostentar puestos importantes en el Gobierno.
Y tal como vino se fue. Isabel II estuvo unas ocho horas en la ciudad y su paso por Almería sólo valió para contentar a los enfervorecidos vecinos, que se sentían especiales por que la máxima autoridad les visitaba.
En este sentido, Antonio Sevillano mantiene que la reina visitó Almería como una manera de lavar su imagen. “Isabel II vivía un momento muy complicado y se veía fuera del trono, seis años después tuvo que huir del país”, explica este historiador, “de ahí su interés por acercarse al pueblo”.
A los almerienses de la época sólo les quedó eso, la satisfacción de ver a la reina de cerca, porque ni se alcanzaron acuerdos para mejorar la situación de Almería, ni se obtuvo más beneficio que el que pueden dar un montón de facturas, que ahogaron las cuentas públicas durante varios años. Eso sí, Isabel II tuvo un gesto de gracia con muchos presos de la ciudad que fueron amnistiados. Esa medida costó 1.600 reales a la ciudad. Lo demás, frustraciones y promesas incumplidas.
Al atardecer, Isabel II y su séquito subieron a los diez barcos atracados en el puerto y partieron camino de Cartagena.
Reportaje publicado en el número de octubre de Nova Ciencia.